LA OBLIGACIÓN MORAL



EL USO COMÚN DE LA PALABRA “OBLIGACIÓN”.-

La palabra obligación la usamos con frecuencia, forma parte de nuestro vocabulario común, y cotidianamente la ligamos a situaciones enfadosas o desagradables de nuestra vida, como cuando decimos:

“¡Qué lata! Tener la obligación de ir a realizar este trámite”.

“ Estoy agobiado por tantas obligaciones”.

“ Con un arma lo obligaron a entregar el dinero”.

“ Estoy obligado a corresponder el regalo de Fulanito aunque me sea tan antipático”.

O también en los momentos en que nos sentimos copados, sin alternativas y sin posibilidades de elección:

“No me queda otra; me veo obligado a hacerlo”.

Muchas veces hemos utilizado la palabra “obligación” en situaciones que nos hacen sentirnos tan limitados y presionados, que el mencionarla nos hace sentir un gran peso en nuestra espalda.

A lo largo de esta secuencia veremos cuál es el sentido auténtico de la obligación moral.

Recordemos lo visto anteriormente:

El valor moral está en el ámbito del deber ser.

Cuando juzgamos que algo debe ser hecho es porque hemos captado que tiene valor moral (es bueno moralmente).

Sabemos que tiene valor porque se ajusta a la norma de moralidad (norma - guía).

Sólo entonces ese acto puede ser ordenado, imperado, objeto de ley (norma - precepto).

De acuerdo con esto, es correcto decir:

“La ley manda un acto porque es bueno”.


Norma - precepto se conforma a la norma - guía.

Es incorrecto decir:

“Un acto es bueno porque lo manda la ley”.

¡Cuántas veces, dictadores y gobernantes locos o malvados han elevado a categoría de ley verdaderas aberraciones contra la naturaleza humana!.

La historia nos da múltiples ejemplos de esto.

La norma - precepto le da obligatoriedad al acto, pero, sólo cuando se basa en la norma - guía (no cuando se basa en el capricho de un gobernante y atenta contra la naturaleza humana).

La norma - precepto no es algo externo a nosotros, ya que brota de la norma - guía: la recta razón (nuestra razón cuando se adecúa a la naturaleza humana).

La norma - precepto o ley nos señala:

Qué se debe hacer o en otras palabras: aquello que estoy obligado a hacer.

Qué no se debe hacer, o en otras palabras: aquello que estoy obligado a no hacer.

Ejemplos:

Debes respetar a los demás.

Debes ser justo.

No debes humillar a otros.

No debes ser injusto.


Cada caso en que tiene lugar la obligación es un ejemplo del Primer principio práctico:

Debes hacer el bien y evitar el mal.


Desde luego nos referimos al bien moral (no al bien ontológico) que implica valor moral, y por ende, adecuación a la norma de moralidad.

En muchas ocasiones la noción de obligación moral se confunde con otras nociones.

La obligación moral no es:

Coacción física.

Ejemplo:

Actuar bajo la amenaza de un arma.


Coacción psicológica.

Ejemplo:

Estudiar una carrera que no nos gusta, presionados por el temor a la reacción de nuestros padres.


Deseo de premio o temor al castigo.

Ejemplo:

La presión ocasionada por el deseo de ganar un concurso para obtener un viaje. O la presión que nos mueve a respetar las leyes por temor de ir a la cárcel.


Heteronomía.

Ejemplo:

El obedecer un precepto que dicta una autoridad sólo porque lo dicta la autoridad, aun cuando no se juzgue como bueno.

Presión social.

Ejemplo:

El obedecer una norma que no juzgamos como buena, sólo porque la impone la colectividad.

En los casos anteriores, se padece una coacción, una presión que nos viene de fuera, que se nos impone de tal manera que nuestra libertad se ve limitada. Este tipo de presiones no constituye la auténtica obligación moral.

La obligación moral consiste en:

La presión que ejerce la razón sobre la voluntad, enfrente de un valor

Es decir: por la apreciación de lo que es bueno (valor moral) la inteligencia muestra el deber ser a la voluntad.

Así, aquello de lo que tenemos obligación, aquello que nos manda la ley moral o norma - precepto, es:

Lo que perfecciona a la naturaleza humana.

Actuamos conforme al deber porque el bien al que tendemos es un valor.

Actuar por simple deber, sin captar el valor, no nos ayuda a progresar moralmente.

Sin embargo, aun cuando capte el hombre el valor, en base a su libertad, puede hacer caso omiso de lo que le muestre la inteligencia. De ahí surge el remordimiento, que consiste en:

Un sentimiento penoso causado por el incumplimiento del deber.

No habría remordimiento si no hubiera obligación moral. El remordimiento sólo se da si no se cumple con la obligación moral.

REQUISITOS PARA QUE EXISTA OBLIGACIÓN MORAL.-

La obligación moral implica necesariamente:

La Libertad.

La captación de un valor moral.

El reconocimiento del deber.

¿Qué es estar obligado moralmente?

Estar obligado moralmente es reconocer el bien que perfecciona a la naturaleza humana y que debe ser hecho.

Así, la obligación moral no viene de fuera, sino de un convencimiento interno de que debemos contraer un compromiso con nosotros mismos para alcanzar un valor.

Por ello es que estamos obligados cuando reconocemos que debiéramos realizar el valor moral.

La obligación moral está ligada siempre con el amor al bien honesto, a aquello que vemos como valioso en sí.

Si no encontramos valor en aquello por lo cual vamos a comprometernos, no tendremos entonces, obligación moral.

Por ejemplo:

Si yo no encuentro valiosas las normas de una compañía porque no respetan la naturaleza humana, no tengo obligación moral de cumplirlas.

Puede ser que las cumpla por miedo a perder el empleo, pero no por tener obligación moral.

Cuentan, que en alguna ocasión, un gobernante déspota y loco ordenó:

“Se prohíbe al pueblo pensar”.

En este caso el pueblo tendría la obligación legal de no pensar, pero es claro que no tenía obligación moral.

Lo ideal sería que las leyes civiles ordenaran siempre actos que por su valor implicaran valor moral.

Las leyes morales, en cambio, sólo pueden darse si implican una obligación moral. Cuando hablamos de obligación moral, estamos en el plano del derecho.

Hay que distinguir:


Plano del Derecho Plano del hecho

Lo que debe hacerse Lo que efectivamente se hace

Aquello de lo que tenemos Puede suceder que se haga:

obligación (porque reconocemos Aquello de lo que tenemos

que tiene valor moral) obligación.

Aquello de lo que no tenemos

obligación.

Se dan casos en los que a pesar de tener obligación moral, no cumplimos con ella, es decir, que no obstante la obligación de actuar conforme al plano del derecho, en la práctica, no lo hacemos.

Ejemplo:

Quien por sacar provecho económico no respeta los días de descanso de sus trabajadores, reconociendo internamente que debiera hacerlo.

Quien reconociendo que debe guiar la formación de sus hijos, prefiere ocupar su tiempo en diversiones.

Quien reconociendo que no debe revelar secretos de otros, lo hace por conseguir beneficios personales.

Es decir, no siempre se hace (plano del hecho) lo que se debe hacer (plano del derecho).

Conclusión:

No siempre cumplimos con nuestras obligaciones, pero cuando lo hacemos nos realizamos como personas y nos sentimos satisfechos de ligarnos a un bien porque lo amamos como bien honesto.

Cabe aclarar lo siguiente:

El significado común que se le ha dado a la palabra obligación, como presión externa o coacción ha ocasionado que muchos autores consideren que la Ética debe rechazar toda obligación, ya que así entendida, suprime la libertad, y como consecuencia, el amor. (Nietzsche, Guyau, Bergson y Durkheim).

Sin embargo, la obligación moral entendida como lo hemos visto en esta secuencia, debiera ser básica dentro de cualquier sistema ético, pues lejos de suprimir la libertad, la requiere como causa.

Cuando el sujeto actuante tiene una obligación moral, es también responsable.

Esto significa:

Responsabilidad, es la propiedad del acto humano por la cual quien ejecuta un acto debe responder del acto mismo y de sus consecuencias, sean benéficas o perjudiciales.

Sólo hay responsabilidad cuando se dan estos tres elementos:

Un acto humano.

Consecuencias del acto humano (previsibles).

Una norma de moralidad.

De manera que, si hay obligación moral y el sujeto actuante no cumple con ella, será responsable tanto del acto como de sus consecuencias.

Por ejemplo:

El padre que no educa a sus hijos, será responsable también por las acciones que éstos cometan a causa de la falta de educación.

También se es responsable cuando se cumple con la obligación.

Por ello se dice: “Fulanito es muy responsable; siempre hace lo que debe”.

El hombre progresa en la línea de la moralidad a medida que es más dueño de sí mismo y responde mejor por sus acciones y las consecuencias de las mismas.

El hacer conscientes todas nuestras obligaciones morales y asumir las consecuencias de nuestros actos, nos coloca dentro de la dimensión de lo esencialmente humano y nos perfecciona como personas integralmente.

VIRTUDES Y DEBERES.-

Reflexionemos sobre algunas situaciones de la vida diaria.

* Una mujer le dice a su esposo:

“Habría que comprarle a Silvita el juguete aquel que tanto le gusta. ¡Esta vez sí que sacó buenas calificaciones! Hay que estimularla”.

El marido, un poco confundido, le comenta:

“Pero si a Lolita nunca le hemos dado nada y siempre obtiene las mejores calificaciones”.

“Sí, pero Lolita ya tiene el hábito del estudio y no le cuesta trabajo”, contesta la esposa.

Él replica: “¿Y tú crees que lograr ese hábito no le costó ningún esfuerzo?.

En un velorio, en donde se ven caras largas y ojos enrojecidos, el que fuera jefe del difunto comenta en voz muy baja con un compañero:

“Será difícil sustituir a Pérez; se entregaba al trabajo como si fuera algo muy valioso para él”.

Su interlocutor añade: “Pues como individuo, cualquiera puede ocupar su lugar, pero como persona, Pérez era único e irrepetible. Que lo digan su viuda y sus hijos a quienes amó tanto. Fue un hombre que con sus obras trascendió su individualidad”.

Un empleado en una tienda comentaba a otro la satisfacción que le daba trabajar en ese lugar:

“Yo no sé si sea el sistema o la gente, pero aquí escuchan tus iniciativas, te permiten participar en la solución de los problemas, siempre estás enterado del por qué uno debe hacer tal o cual cosa. Yo me siento muy a gusto”.

El segundo empleado que le escuchaba con atención, después de reflexionar, le dijo:

“Pues yo creo que lo que pasa es que te tratan como persona, te hacen saber por qué es importante tu trabajo, y te ayudan a superarte. La verdad es que así cualquiera se siente contento, sabiendo que vales algo, que pones tu granito de arena para el bien de la comunidad. Como que te sientes realizado”.

Hemos dicho con anterioridad que la Ética es una ciencia práctica y como tal se encuentra en el horizonte del “quehacer humano”. Mediante este quehacer el hombre actualiza sus potencialidades, tiende a su plenitud, a su perfección y a trascender su individualidad.

Con cada acto humano el hombre se acerca o se aleja de su plenitud como tal. Por eso es importante tener conciencia de ello y reflexionar acerca del por qué, el cómo y el para qué de nuestras acciones.

Demos una mirada a nuestro alrededor y a nuestro interior y meditemos. ¡Cuántas veces hemos evitado tomar decisiones! ¡Cuántas veces hemos cerrado los ojos a las consecuencias de nuestras acciones! ¡Cuántas veces hemos abandonado nuestra vida al azar!

Pareciera que nos asustamos de nuestra condición racional y libre, cuando es esta misma condición la que nos conduce a nuestra plenitud.

Hagamos una pregunta fundamental y vital para el ser humano.

¿Cómo debemos actuar?

La respuesta obviamente es:

Conforme a la norma de moralidad, pero como ya hemos visto anteriormente, la norma de moralidad es la recta razón (adecuada a la naturaleza humana).

El problema de entender la naturaleza humana no es nada fácil de resolver. Muchas son las consideraciones que se han hecho al respecto, y por ende, varios son los conceptos que acerca del hombre se han sostenido.

Del concepto de hombre que tenemos depende en gran parte el conjunto de preceptos éticos que rigen nuestra actividad.

Principales posiciones antropológicas:

Pansiquismo. El hombre no es sino una parte de un único ser. La individualidad del hombre no es más que una ilusión. El ser humano debe despreciar el cuerpo porque éste le impide confundirse con el todo. Dentro de esta postura no puede sino reinar la necesidad y el determinismo, y por ende, se considera que la libertad no existe. Esta postura se deriva de la metafísica de la univocidad.

Fenomenismo. Sólo el cuerpo es substancia. El alma o psique no es sino sucesión de fenómenos psíquicos que se dan en perpetuo flujo. En este enfoque reina la contingencia y el relativismo. Aunque hay libertad no es posible establecer principios ni normas de acción. Esta postura se deriva de la metafísica de la equivocidad.

Hay muchas otras posiciones con respecto al hombre. Una que nos parece importante es:

El hilemorfismo. Esta postura que se deriva de la metafísica de la analogía, considera que el hombre es un ser en sí (sujeto), compuesto de dos principios: causa material y causa formal.

Debido a ello, dentro de esta postura el hombre tiene dos dimensiones:

Como individuo.

Como persona.

Como individuo:

Su actividad depende de su principio material como su causa.

Está hetero-regulado por las leyes de la materia, por ejemplo, no puede volar.

Por su principio material, su substancia es incomunicable. Como individuo, cada hombre es distinto a los demás y no tiene nada en común con los otros hombres.

El bien de un individuo puede estar en contradicción con el bien de otro, por ejemplo, un individuo desea poseer las riquezas del otro.

Por estar hetero-regulado, es sustituible, por ejemplo, la operación mecánica que realiza un obrero en una fábrica, la puede realizar otro.

Como persona:

Su actividad requiere de la materia como condición pero no como causa. La causa de la actividad de la persona es el elemento formal.

Está auto-regulado porque es autodominio, autoposesión. Es dueño de sí mismo.

Gracias al elemento formal, la substancia del hombre participa de la esencia y del esse. Hay pues, una naturaleza común. Esto permite trascender la individualidad, el egoísmo y abrirse a la comunicación.

El bien de la persona es el bien de la naturaleza humana, y por ello, no puede estar en contradicción con el bien común. Quien desea su bien como persona, desea el bien común.

Por ser autodominio y autoposesión, el hombre es único, irrepetible e insustituible. Ningún otro ser puede realizar los actos humanos que realiza cada uno de nosotros, porque el conocimiento, la deliberación, la intención o la elección son única y exclusivamente nuestros.

Veíamos en las ideas preliminares que en su dimensión individual, un hombre es sustituible, en tanto que en su dimensión personal, no lo es.

Todos aquellos que para nosotros son insustituibles: padres, hermanos, hijos, cónyuge o amigos lo son porque los amamos como personas.

En cambio, aquellos con quienes no sentimos tener nada en común; aquellos cuya suerte no nos interesa, son considerados por nosotros como individuos.

Desgraciadamente estos últimos son la mayoría.

¡Reflexionemos!

¿Cómo consideramos a quienes trabajan con nosotros?

¿Cómo consideramos al que nos vende la fruta, a quien recoge la basura, a quien se cruza con nosotros en la calle?

El hombre que considera a los demás en cualquier circunstancia como personas, necesariamente:

Está abierto a la comunicación.

Ama al hombre como bien honesto

Trasciende su individualidad.

Supedita sus intereses egoístas al bien común.

Se realiza como persona.

De ahí la diferencia entre una comunidad de personas donde reina el respeto y el amor, y una comunidad de individuos donde el egoísmo y las pugnas acaban con el hombre.

El ejercicio de la libertad es lo que da al hombre la calidad de persona, y por ende, es el ámbito de la persona y la realización de la misma, el campo propio de la ética.

Pero es un hecho que la realización del hombre como persona no se puede dar en la pura especulación, pues como dice el refrán:

“Obras son amores y no buenas razones”.

El obrar humano es el campo de aplicación de los principios de la ética.

El cumplimiento de los deberes como miembros de la familia, como miembros de la sociedad, como trabajadores, en fin, como personas, y el cultivo de las virtudes, constituyen la aplicación de los principios de la ética.

Los principios de la ética nacen de la especulación teórica sobre el actuar humano. Tienen por objeto servirnos de norma de acción. Involucran siempre a la obligación como compromiso ante el valor. Se realizan en la práctica de las virtudes y los deberes.

Ahora bien,

¿qué son las virtudes?

Las virtudes son valores morales.

Anteriormente mencionamos que los valores morales perfeccionan al hombre como persona, en tanto que los valores inframorales e infrahumanos, lo perfeccionan como individuo.

No hablaremos de valores supramorales porque esto trasciende el ámbito de lo natural.

El valor moral se da cuando el hombre realiza actos buenos, es decir, actos cuyo objeto e intención son acordes a la naturaleza humana.

Cuando el hombre realiza un acto humano requiere conciencia y libertad. Necesita deliberar, elegir y ejecutar.

Si un hombre realiza un acto justo, necesita deliberar, elegir y ejecutar. Si realiza 20, 30 ó 100 actos justos, en cada uno necesita deliberar, elegir y ejecutar. En su actuar va adquiriendo mayor facilidad para tender al bien, mayor eficacia operativa.

Así, mediante la repetición de actos buenos de la misma especie, el hombre adquiere: la virtud.

La virtud es un hábito operativo bueno.

Por ejemplo: la constante ejecución de actos justos conduce al hombre a la virtud de la justicia.

Lo contrario de la virtud es el vicio o hábito operativo malo. Así como con la repetición de actos buenos logramos un hábito operativo bueno, con la repetición de actos malos, logramos un hábito operativo malo.

No hay que confundir el hábito - virtud con el hábito - rutina.

Virtud y rutina no son lo mismo aun cuando ambos sean denominados hábitos.

La diferencia entre ellos es fundamental:


Virtud Rutina


Hábito se deriva del latín: habitus Hábito se deriva del latín: habitudo

que significa: que significa:

Cualidad adquirida a base de esfuerzo Costumbre casi mecánica que reside

y de repetición de actos humanos. en el sistema nervioso y procede

de actos del hombre.

Perfecciona al hombre como persona. Se relaciona con aspectos del

hombre como individuo.


Las virtudes son cualidades que una vez adquiridas, son estables y facilitan la realización del acto honesto.

Se adquieren con esfuerzo, pero una vez que se tienen, el valor se ve con mayor facilidad, y nuestra voluntad se vuelve dócil al valor que le muestra la inteligencia.

Aquél que tiene un hábito operativo bueno lo ha logrado a base de constancia y esfuerzo. Nadie nace con virtudes morales. Por ello, el hombre que

las posee es digno de todo respeto, y a la vez, ejemplo para sus semejantes.

Es importante reconocer el valor de la realización de un acto bueno que ha costado esfuerzo para quien lo realiza, pero más aún debemos reconocer el valor de quien es virtuoso.

Dentro de la filosofía tradicional son conocidas las virtudes teologales y las virtudes cardinales:

Las virtudes teologales son: fe, esperanza y caridad.

Las virtudes cardinales son: prudencia, fortaleza, justicia y templanza.


Prudencia, es el hábito de determinar los medios adecuados para realizar los valores de la persona.

Muchas veces se dice que la prudencia es la reina de las virtudes, porque permite armonizar los fines diversos y encontrar los caminos que mejor nos conducen a nuestra realización como personas.

Para actuar con prudencia se requiere:

Conocer los principios éticos.

Conocer objeto, fin y circunstancias en las que se aplicarán los principios.

Descubrir medios adecuados para realizar tal fin.

El hombre prudente es aquél que tiene buenas intenciones y encuentra los medios adecuados para realizarlas, por ello es quien mejor puede aconsejar al hombre atribulado o confundido.

Justicia, es el hábito que inclina a la voluntad a dar a cada quien lo suyo.

Si pensamos en el hombre como persona, justo será darle el respeto y reconocimiento a su dignidad, además de procurar todo aquello que le permita vivir y realizarse como persona. Es el de esta virtud la que favorece la concordia y paz entre los hombres.

Fortaleza es el hábito que da vigor a la voluntad para sobreponerse a los obstáculos y penalidades en orden a obtener un fin honesto.

Ser fuerte no significa ser temerario. Significa superar la propia cobardía, la timidez, vencer la desesperación con perseverancia y paciencia en pro de nuestra plenitud como personas.

Templanza es el hábito que modera los placeres sensibles. Se trata no de la supresión de la sensibilidad sino del control de ésta con el fin de encauzarla hacia la realización de la persona.

También es importante destacar dos virtudes que se desprenden de la consideración del hombre como persona y que favorecen la convivencia:

La tolerancia

La sinceridad.

La tolerancia es el hábito de respetar a la persona aun cuando tenga ideas o religión diferente a la nuestra.

El afán de dominio que tienen algunos padres sobre sus hijos o algunos gobernantes sobre sus pueblos, demuestran una profunda intolerancia. La tolerancia es una de las virtudes que más contribuye a la paz social.

La sinceridad o veracidad es el hábito de expresar mediante el lenguaje lo que pensamos interiormente.

Esto no significa que debamos revelar secretos ni que expresemos necesariamente lo que puede ofender a otros, sino que debemos manifestar a los demás nuestra confianza por el reconocimiento de una naturaleza común, mediante la comunicación de la verdad.

Reconocer estas dos virtudes, implica la consideración de que “el otro” es una persona, y como tal le debo respeto y confianza, ya que como persona estamos abiertos a la comunicación. La manifestación de la confianza mutua está en la veracidad, y la declaración del respeto, en la tolerancia.

Mediante el ejercicio de la libertad el hombre virtuoso encuentra su plenitud como persona, y contribuye a la plenitud de sus semejantes.

Repitiendo lo que ya hemos dicho:

La ética nos proporciona los principios para actuar. Pero esos principios hay que transformarlos en acciones particulares obligatorias dentro de un ámbito particular.

Esto constituye los llamados deberes, cuyo contexto puede ser:

La familia

El trabajo

La sociedad

El ejercicio de la profesión

El estado

De ahí que son diversos los deberes que en el orden moral tiene el hombre. Mencionaremos aquí únicamente algo relativo a la familia y al trabajo:

La familia es una comunidad de personas que conviven en el amor para lograr su perfección humana.

Los deberes familiares están, entonces, relacionados con la finalidad propia de la familia, a saber: lograr la perfección humana.

Esa perfección implica que se procure:

La educación de los hijos.

Que los componentes de la familia tengan los bienes físicos, culturales y morales necesarios para una vida digna.

Los padres tienen como deber educar a los hijos. Esto significa: ayudar a que sean ellos mismos, seres conscientes y libres que deben responder por sus actos.

Por ello, los padres deben educar a los hijos para la libertad, para la autonomía. Deben hacerlos aptos para comprometerse al valor.

La antigua imagen de la familia como comunidad patriarcal y autoritaria, fomentaba la dependencia y la heteronomía y frenaba la posibilidad de desarrollo en la persona.

Cada miembro de la familia tiene como deber hacia los otros:

Respetarlos como personas.

Amarlos como bien honesto.

Procurar su desarrollo personal.

Desgraciadamente, los hechos están lejos de lo que debiera ser, y así vemos que en muchas familias imperan los intereses individuales y egoístas por parte de alguno de sus miembros. Esta actitud acaba tarde o temprano por escindir a la familia.

La familia debiera ser una comunidad basada en el amor y el respeto a la persona.

Algunos indicadores de que existe respeto y amor en una familia son por ejemplo:

Ver en la mujer una compañera, no una sierva.

Procurar el desarrollo de los familiares.

Planear la familia para educar mejor a los hijos.

Colaborar en la resolución de los problemas.

Procurar el desarrollo de buenos hábitos operativos en los hijos.

Respetar las decisiones tomadas por los otros.

Buscar la participación activa de todos los miembros de la familia para lograr fines comunes.

Desde luego mucho tiene que ver el amor conyugal para lograr los fines propios de la familia.

El matrimonio es la comunidad sexual y amorosa entre hombre y mujer.

Puesto que el amor implica reconocimiento del otro como bien honesto, el matrimonio exige madurez, no solamente sexual, sino moral.

Cuando alguno de los cónyuges ve al otro como bien útil o bien deleitable, lo cosifica, lo utiliza o aprovecha, pero no lo ama.

El auténtico amor es entrega personal, es decir, amar desinteresadamente, ver en el otro un valor, reconocerle su dignidad como persona y procurar su desarrollo como tal.

Si ese amor desinteresado y honesto es mutuo, entonces en la pareja habrá armonía, comprensión, compañerismo y desarrollo. El egoísmo es el germen del distanciamiento de los cónyuges y el origen del desequilibrio en la familia. Por ello, es necesario comprender que las obligaciones y responsabilidades que trae consigo el matrimonio sólo se pueden cumplir con madurez moral, la cual, además, va en desarrollo continuo gracias al amor que se perfecciona. Un indicador de esa madurez consiste en ver en el otro un compañero y compartir con él obligaciones, responsabilidades, alegrías, trabajo y diversión.

Otro aspecto importante en la unión conyugal, es la sexualidad, la que debe entenderse como la manifestación del encuentro amoroso entre hombre y mujer que buscan la realización de la persona. si la sexualidad no se entiende en el ámbito de lo humano, se corre el riesgo de no reconocer al otro más que como bien deleitable. La sexualidad ayuda al perfeccionamiento de la pareja sólo si hay amor.

El amor es la actitud vital de quien ha encontrado lo mejor e irrepetible de otra persona.

Así pues, el deber fundamental de la pareja es amar al otro como bien honesto y extender ese amor a los hijos.

Otros deberes importantes son los relativos al trabajo, al que podemos definir como:

Toda actividad humana ordenada a producir una obra útil.

Además, y sobre todo, el trabajo constituye el medio necesario de la propia subsistencia. Sin trabajo no hay pan y sin pan no hay subsistencia digna.

En el trabajo, el hombre debe:

1.- Realizarse como persona.

2.- Lograr lo necesario para subsistir.

Ambos aspectos van estrechamente ligados, pues quien no tiene lo necesario para subsistir no tiene las condiciones adecuadas para realizarse. Por ello, es obligación de todos procurar que el trabajo sea realmente un medio para el desarrollo personal.

No debemos olvidar que el trabajador es una persona y que se le debe tratar como tal, es decir, como ser libre, creativo, responsable, con derechos y obligaciones en función de valores, como ser autónomo e irrepetible.

Así pues, las normas de trabajo deben contener valores que muevan al trabajador a alcanzarlos.

El trabajador, a cambio, deberá procurar su desarrollo constante y su preparación permanente en vista al logro del bien común, que es también en última instancia, el bien de la persona.

Cuando el ambiente de trabajo es humano, el trabajador se siente satisfecho y realizado, contribuye al logro del bien común y a su propio desarrollo.

Además de esos deberes hay todavía más, sobre todo en el campo social.


DEBERES PARA CONSIGO MISMO.-

DEBERES PARA CON EL CUERPO.-

Al tratar los deberes para con el cuerpo, no debemos entender que el cuerpo es una realidad distinta del ser personal del hombre.

Partimos de una concepción antropológica que acepta al ser humano como algo compacto, como un organismo biopsíquico, una materia pensante y un espíritu materializado.

Los deberes para con el cuerpo pueden dividirse en preceptos negativos y positivos:

1.- Negativos: atentar contra la vida y sus bienes.

2.- Positivos: conservar y fomentar la vida en sus diversas manifestaciones.

PRECEPTOS NEGATIVOS.-

Llamamos preceptos negativos a aquellos que no deben cometerse; éstos se clasifican en: suicidio y daño corporal.

SUICIDIO.-

El suicidio consiste en quitarse voluntariamente la vida. Lo podemos clasificar en suicidio directo, suicidio indirecto y formas especiales de suicidio.


SUICIDIO DIRECTO O SUICIDIO PROPIAMENTE DICHO.

Por suicidio propiamente dicho entendemos el quitarse la vida intencionada y directamente por propia autoridad. Intencionalmente: intentando voluntariamente quitarse la vida. Es decir, el fin que se intenta es la muerte. Por propia autoridad: libre y espontáneamente, siendo la razón última de la decisión la propia voluntad. Cuando se trata de una pena judicial, como en el caso de Sócrates que fue condenado a tomarse la cicuta por su propia mano, no puede llamarse en sentido estricto suicidio.

A través del tiempo han surgido diversas opiniones sobre el suicidio.

Así por ejemplo, los estoicos sostenían la licitud del suicidio para liberarse de las angustias y sufrimientos que en determinado momento puede causar la vida. Algunos filósofos de la edad moderna y contemporánea como Hume, Schopenhauer y Nietzsche, piensan que la vida es un beneficio al que libremente puede renunciarse.

Es un hecho que los hombres siguen suicidándose. En el mundo existen más de 200 mil suicidas al año. ¿Qué debemos pensar de ellos? ¿Hemos de alabar su actitud, o vituperarla?

En general, podemos decir que muchos de los que se llaman suicidios en realidad no lo son, puesto que no cumplen las condiciones de espontaneidad y libertad. La sociología y la psicología contemporáneas han logrado descubrir que los suicidas son seres programados por la educación y el medio ambiente, es decir, psicópatas. El instinto de conservación es tan fuerte en una persona normal que muy difícilmente puede ceder ante las presiones libres de la voluntad. Muchos se inclinan a pensar que un suicidio es en realidad un homicidio. Un crimen perfecto en el que no es tan fácil descubrir al asesino. La desdicha que se crea alrededor de un hombre, las frustraciones que otros le producen y que son desproporcionadas a su esfuerzo psíquico, así como las desgracias naturales que le suceden, pueden ser factores que producen en él neurosis capaces de destruir la armonía de las facultades mentales.

La misma iglesia católica parece haber comprendido esta realidad al permitir que se hagan honras fúnebres religiosas al suicida. Con todo, no negamos que en casos extraordinarios una persona en pleno uso de sus facultades mentales pueda quitarse la vida directa y espontáneamente. En estos casos, es necesario afirmar que se comete un grave atentado contra el orden establecido por la naturaleza. “Todo ser tiende a conservarse”, este principio se demuestra:

Por las fuerzas y facultades conservadores y reparadoras que tienen todos.

Porque el ser es un acto y el acto no puede tender a la nada.

Por el innato deseo de vivir y el horror a la muerte que, en su estado normal, abriga el corazón humano.

El hombre religioso, además del motivo que acabamos de exponer, debe considerar que nadie sabe cuáles son los designios de Dios acerca de nuestra existencia, por lo que no debemos truncarlos, y que sólo Dios es el dueño absoluto de la vida y de la muerte.

Disponer de nuestra vida por propia voluntad es invadir el dominio que el Creador tiene y le corresponde por naturaleza sobre la existencia humana.

El hombre de sentido común, por otra parte, sabe que siempre hay un camino abierto hacia la felicidad. No todo el mundo de la felicidad se termina con un fracaso económico, con una decepción amorosa o con una enfermedad incurable.

Quien siente en su interior la voz del suicidio, antes de ponerse a pensar en escucharla, debe analizar su situación y buscar el lugar de donde procede esa voz. Encontrará que alguien quiere asesinarlo. Alguien que es distinto de él. Puede ser la sociedad, el ambiente familiar, la educación, sus pecados, etc. Su actitud deberá ser, por consiguiente, de lucha contra el enemigo que quiere asesinarlo.

El suicida no es un valiente, es un cobarde, alguien que rehuye a luchar cotidianamente contra lo que le impide ser feliz. Más digno de admiración es quien se mantiene erguido a pesar de las heridas, que quien se quita la vida para huir de la batalla.

Por otra parte, el suicida es un egoísta que sólo ve su bien personal.

En el mundo siempre hay alguien a quien podemos hacer feliz con nuestro amor, solicitud y ternura. El último aliento de nuestra existencia posee un valor infinito porque es la presencia de Dios en el mundo.

El mejor remedio contra el suicidio es una formación moral y religiosa que nos permita valorar nuestra existencia en lo que vale. Construir hombres libres que cimienten su felicidad en la prosperidad, la fama, el honor y la gloria. Que busquen su felicidad en amar y no en ser amados.

SUICIDIO INDIRECTO.-

El suicidio indirecto se da cuando alguien, no intentando matarse, realiza una acción que le provoca la muerte, por ejemplo: el médico o sacerdote que atienden a un enfermo altamente contagioso, o el bombero que queriendo salvar a una persona se expone a la muerte.

En general las actividades profesionales de médico y del sacerdote por sí mismas no conducen a la muerte, aunque en algunas circunstancias, como las antes señaladas, sí incluyan el grave peligro de morir.

No se puede decir lo mismo de los terroristas suicidas, o la autoincineración por motivos políticos o religiosos. En estos casos las acciones por sí mismas producen la muerte y pueden considerarse inmorales, aunque es evidente que habrá circunstancias atenuantes o excusantes de la responsabilidad, como podrían ser la desesperación o el odio por la represión injusta, pero en ningún momento puede llamarse suicidio indirecto.

ALGUNAS FORMAS ESPECIALES DE SUICIDIO.

A.) LA HUELGA DE HAMBRE.

Una forma de protesta política o social en nuestro tiempo es la huelga de hambre.

Creemos que la huelga de hambre, llevada hasta sus últimas consecuencias, es decir, hasta la muerte, es lícita bajo las siguientes condiciones:

Que se trate de romper una situación clara y gravemente injusta.

Que haya proporción entre el don que se pierde (la vida) y lo que se trata de conseguir (la libertad, la vida de muchas personas, lo necesario para subsistir).

Que se hayan intentado sin resultado otros recursos para salir de la injusticia.

Que haya una buena probabilidad de éxito al usar este recurso extremo.

Si falla una de estas condiciones, la huelga de hambre deja de ser lícita; no parece justo perder la vida por algo que no es clara o gravemente injusto, o por algo menor al don que pierde, ni por algo que no podría conseguirse. Tampoco sería justo el suicidarse sin haber intentado otros medios para resolver el problema.

Esto mismo hay que decir respecto a la autoinmolación que realizaron algunos bonzos durante la crisis política de Vietnam.

B.) TERRORISMO SUICIDA.-

Típico de las luchas políticas de palestinos y árabes contra el sionismo, han sido los comandos palestinos suicidas, quienes buscan conseguir la liberación de su patria a través del secuestro de aviones con pasajeros, o de personas en embajadas, hoteles y escuelas.

En estos casos no creemos que pueda justificarse su inmolación ya que va acompañada de la muerte de personas inocentes. Quizás su inmolación personal, si no involucrase a gente inocente, podría justificarse, pero en el momento en que el suicidio va acompañado de asesinatos injustos, no hay manera de justificarlo.

Otra cosa hay que pensar de las misiones suicidas durante las guerras, por ejemplo los comandos japoneses que hacían explotar su avión cargado de explosivos sobre objetivos militares. En estos casos hay ciertas posibilidades de considerarlos como suicidas indirectos, en cuanto se trataba del cumplimiento de una misión militar de una causa justa, al menos dentro de la conciencia invenciblemente errónea del soldado.

C.) AUTOINMOLACIÓN.-

El caso se da cuando alguien se incinera para obligar al pueblo a que tome conciencia de su opresión. En tales casos habrá circunstancias que posiblemente excusen al suicida, como son: el miedo, el odio o la desesperación, que como vimos, son atenuantes o excusantes de la responsabilidad del acto humano.

DAÑO CORPORAL.-

El daño corporal se puede dividir en: mutilación, esterilización, trasplantes de órganos, abuso del placer sensible, drogadicción, perversiones sexuales y alcoholismo.


1.- LA MUTILACIÓN.-

Por mutilación se entiende el eliminar voluntariamente un miembro de nuestro cuerpo. En general se puede dar como principio, que el hombre puede eliminar uno de sus miembros cuando es necesario hacerlo para la conservación del todo. Los miembros de nuestro cuerpo no tienen en sí un valor independiente del todo. Luego, cuando amenazan a todo el cuerpo pierden su valor y funcionalidad, y por consiguiente es lícito y a veces necesario, eliminarlos.


2.- LA ESTERILIZACIÓN.-

En nuestro tiempo la explosión demográfica es un grave problema. La educación como un medio de impulsar la paternidad responsable y el control demográfico no ha dado resultado. Los medios químicos, píldoras anticonceptivas, anovulatorias; los medios mecánicos, diafragmas y dispositivos intrauterinos, no parecen dar resultado. Esta es la razón por la cual muchas naciones han puesto en práctica la esterilización perpetua, tanto del hombre como de la mujer. Ésta consiste en la mutilación de los canales conductores tanto del varón como de la mujer.

La solución ética de esta problemática no es tan fácil. La dificultado consiste en que no se ha podido determinar la clase de dominio que el hombre ejerce sobre sus órganos reproductores, sobre todo cuando el aparato reproductor no atenta contra el bien total del cuerpo, como en el caso de una matriz cancerosa, sino un bien moral social, por ejemplo: la paz de la familia, el peligro de un embarazo futuro, el equilibrio social entre bienes de consumo y población, etc.

Por otra parte, las religiones que han sacralizado la fuerza reproductora del hombre y de la mujer, y todo lo que a ella hace referencia, por lo general se oponen a que entre en el dominio de éste la regulación de la potencia generadora.

Creemos que en esta cuestión hemos de distinguir: la esterilización por autoridad privada y pública.

La esterilización por autoridad privada. En este caso, puesto que no existe una norma ética clara y hay razones para pensar que corresponde al individuo decidir la forma como puede integrar su potencia generativa, dentro de la búsqueda de su felicidad integral, parece lógico pensar que quien tiene razones de orden psicológico, familiar o social, pueda usar la esterilización aun perpetua, para defender su propia felicidad o la de los demás. Claro, esto sin tener en cuenta las normas éticas emanadas de la religión que profesa.

La esterilización por autoridad pública. Cuando se trata de una esterilización que lleva como consecuencia el freno de la explosión demográfica, el Estado no puede usar la violencia física o moral para lograrla. Si lo hiciera estaría violando los derechos individuales y usando al individuo en función del Estado y no viceversa. Si se trata, por el contrario, de una esterilización impuesta como pena vindicativa por un delito cometido, hay divergencia de opiniones. Quienes aceptan que el Estado puede castigar al reo aun con la pena de muerte, fácilmente aceptan también la esterilización como pena. Quienes, en cambio, no admiten que el Estado puede castigar al reo con la pena de muerte, se inclinan a pensar que tampoco tiene potestad para poner la esterilización como pena vindicativa, ya que se privaría al reo de un bien equivalente a la vida, como es la descendencia.

Al Estado le corresponde persuadir a los ciudadanos a través de la educación e información, para que ellos sean quienes personalmente decidan sobre el control de la concepción y elijan el medio que más les acomode de acuerdo a su conciencia y religión, pero no obligarlos física o moralmente.

Con relación a la esterilización temporal (píldoras anticonceptivas, dispositivos intrauterinos, etc.) la solución al problema es la misma. La persona individual, de acuerdo a su conciencia, problemática y religión, es la que tiene que decidir. El Estado puede tratar de persuadir y educar en este sentido, pero no obligar ni forzar las conciencias individuales.


3.- TRANSPLANTES DE ÓRGANOS.-

Un problema parecido a la mutilación es el de la donación de un miembro propio a fin de que otro pueda sobrevivir. Hemos de distinguir entre miembros cuya donación implica la propia muerte como el corazón, el cerebro; y miembros que por su naturaleza no implican la muerte del donante. Como un riñón, la córnea de un ojo, etc.

Si el trasplante de un miembro implica la muerte del donante, como en el caso de sacarle el corazón, el hecho no podría ser lícito ya que sería un homicidio. La única forma legal consistiría en extraer el miembro una vez que la persona hubiera muerto, teniendo en cuenta que cada uno de nuestros órganos muere minutos después de que lo hace el organismo como un todo. Además se contaría con el previo consentimiento del donante o de sus familiares.

Si se trata de miembros que no provocan la muerte del donante, por ejemplo: un riñón, un ojo, etc.; no existe problema alguno ya que el dominio útil que ejercemos sobre cada uno de nuestros miembros incluye el renunciar a uno de ellos para que otra persona pueda subsistir; siempre y cuando lo haga por un motivo altruista y no por motivos económicos, por ejemplo: vender un riñón, un ojo, lo cual reduciría la dignidad de la vida. En esta misma situación están quienes se dedican a vender su propia sangre a bancos que especulan con ella.


4.- USO INMODERADO ( O ABUSO ) DE LOS PLACERES SENSIBLES.-

No sólo es el suicidio y la mutilación en sus diversas acepciones atentan contra los bienes del cuerpo, también el uso inmoderado de los placeres sensibles destruye la salud y acaba con la vida.

ABUSO DEL PLACER SEXUAL.

Ya hemos visto algunas tendencias filosóficas (hedonismo, pansexualismo freudiano, conductistas, etc.) que pretenden encontrar la felicidad y el equilibrio humano en la satisfacción de los instintos sexuales, en la forma y circunstancias en que lo reclame la voz de la naturaleza. Pero la experiencia nos dice que tales teorías llevadas a la práctica causan más sufrimiento que felicidad.

¿Qué es el sexo?... Ante todo, no hemos de confundir el sexo con el aparato genital reproductor, que es sólo un elemento de manifestación sexual. Las diferencias sexuales entre el varón y la mujer no radican exclusivamente en sus características morfológicas o genitales. El sexo es algo que invade todas las zonas de la personalidad humana. Quizá lo podríamos definir como “una forma de ser, de vivir, de expresarse, de transformarse y de lograr el destino”.

“Una forma de ser”. Es decir, una existencia sexuada concreta. El ser sensible no sólo se distingue del inorgánico porque siente, sino por su forma sexuada.

“De vivir”. Vivir significa una forma de tendencia hacia la felicidad. El ser sexuado tiende a la felicidad de acuerdo a su sexo.

“De expresarse”. Los dos sexos tienen distinta forma de expresarse. Su simbología expresiva es distinta. En el ser humano podemos palpar con claridad estas diferencias. La mujer tiene un lenguaje barroco, cargado de adjetivos, exclamaciones, palabras dulces, etc. El lenguaje del varón es más abstracto, preciso y enérgico.

“De transformarse”. Todo el ser del hombre evoluciona de acuerdo a su sexo. Su cuerpo y su espíritu adquieren formas distintas. La mente del varón evoluciona hacia lo abstracto, lo creativo, lo sintético. La mente de la mujer, hacia lo concreto, lo contemplativo y lo analítico. El varón viva de las síntesis; la mujer, de los detalles.

“De lograr su destino”. El ser humano logra su destino natural ayudando a la transformación del cosmos como un medio de lograr la felicidad. el universo cultural que nos rodea está caracterizado por el sexo. La técnica, el arte, la ciencia, etc., reflejan las características sexuales del ser humano. El mundo que nos rodea no es masculino ni femenino, es la síntesis perfecta de la doble dimensión del ser humano: masculina y femenina.

Las diferencias que existen entre el varón y la mujer no establecen jerarquías de inferior a superior, son dos elementos que integrados definen al ser humano. Hablar de que la mujer es inferior al varón es no entender la dimensión bisexual del hombre y caer en una concepción fraccionaria de la existencia concreta del ser humano.

En este error caen todos aquellos que valoran al ser humano en función de sus potencias genitales y que así provocan el desorden y el caos en lo que respecta a la verdadera concepción del sexo.

El sexo, en lo que se refiere a reproducción y placer genital, debe estar orientado por la finalidad total del ser sexuado. El placer sexual no es algo que tenga un valor independiente de la persona humana. La masturbación, prostitución, homosexualismo, fetichismo y masoquismo sexual son graves atentados al valor real del sexo como placer y potencia creadora. El que tiene el vicio de la masturbación es un ser egoísta que desconoce el placer sexual como una expresión de donación y amor. Quien se prostituye o prostituye a una mujer no solamente atenta contra el sexo, sino contra la dignidad del amor y la persona humana, ya que reduce a la mujer a un objeto sexual, a una cosa útil. El homosexualismo, o cualquier desviación sexual, reduce al ser humano a la categoría de irracional puesto que se rige sólo por sus instintos.

Por otra parte, sabemos de los graves males psíquicos y corporales que se acarrea quien vive y funda su felicidad sólo en el placer sexual. El uso inmoderado del placer sexual trae como consecuencia un desgaste psicológico y corporal que destruye el equilibrio mental y la salud del cuerpo.

El placer sexual debe realizarse dentro del orden total que implica su existencia. Hay que tener en cuenta su función y finalidad dentro de la naturaleza del ser humano. Fue dado por la naturaleza como una forma de expresión amorosa y para participar del placer que Dios sintió cuando lanzó a todos los seres a la existencia. Es un darse a sí mismo como expresión sensible del amor total que embarga nuestro ser hacia otra persona y como una forma de reciprocidad amorosa. Donación que no puede prescindir de la cultura, valores morales y libertad de la persona a quien se ama. Por eso la sociedad civil, la religión y la moral han tratado de proteger esta dignidad del placer sexual al establecer el matrimonio y castigar a todos aquellos que desvirtúan el sexo convirtiéndolo en puro placer sexual.

HOMOSEXUALISMO NATURAL.

Es un hecho que no toda tendencia hacia el ser del mismo sexo es producto de un vicio adquirido. Muchas veces la naturaleza crea seres humanos que endócrinamente son de un sexo y morfológicamente son de otro. Es decir, que tienen las formas corporales de un sexo y el psiquismo interior de otro; a estos sujetos los llamamos invertidos sexuales. No podemos juzgar éticamente a este tipo de personas de la misma manera que a un homosexual por vicio, éste es culpable de su situación, el otro no. El vicioso necesita un psiquiatra, el homosexual natural no.

Por lo general la sociedad no distingue los diversos tipos de homosexualidad y trata a todos por igual. Esta es la razón por la cual rechaza al homosexual natural y lo ve como un leproso, alguien que sólo es digno de risa o de lástima. Creemos que el homosexual natural tiene derecho a vivir en comunidad con los demás seres humanos, debe dársele la posibilidad de amar, de trabajar, de creer en Dios y de practicar una religión. Tratarlos como anormales, enfermos o viciosos es frustrarles su existencia y hacerlos culpables de algo de lo que no son responsables. La sociedad, el Estado y las religiones, deben encontrar la manera de darles la oportunidad de realizar su existencia.

c.) DROGADICCIÓN Y ALCOHOLISMO.

En nuestro tiempo la drogadicción y el alcoholismo son un grave problema para la sociedad. Acaban con la juventud, hacen del ser humano un parásito social, y son fábrica de delincuentes. Desde el punto de vista de la ética individual, el principio para juzgar la moralidad o inmoralidad de tales vicios es claro: “Toda forma artificial de impedir al hombre que se comporte y viva como tal es un atentado a la naturaleza”. Es decir, el ser humano se distingue de los animales en que es consciente de sus actos y dueño y señor de su voluntad. Las drogas y el alcohol impiden que el hombre actúe libre y racionalmente, y lo sujetan a leyes de reacciones bioquímicas.

Evidentemente las drogas en medicina son lícitas si se usan en función de la salud total del organismo. Aún así, el médico debe estar atento a no provocar adicción posterior.

Con relación al uso de ciertos estimulantes (marihuana, morfina, peyote, alcohol, etc.) cuyo uso esporádico y en pequeñas cantidades no rompe el equilibrio humano, no se considera un atentado a la naturaleza humana, aunque hay que estar atentos a no usar estimulantes que fácilmente pueden crear hábito o necesidad psicológica.

Desde el punto de vista de la ética social, creemos que la drogadicción y el alcoholismo son producto del consumismo capitalista y de las frustraciones a las que está sujeto el ser humano por la inmoralidad de la sociedad familiar y política. Un matrimonio en el que no existe la unidad, el amor y la comprensión, y en el que los hijos no son educados en el cariño y seguridad, será una fuente de mentes enfermas y corazones frustrados, cuyo camino a la felicidad sólo podrá lograrse a través de medios artificiales.

El hombre que es feliz en su interior, que ama y es amado y que posee una escala de valores que rigen su existencia, no tendrá jamás necesidad de la marihuana o el alcohol para sentirse contento o tranquilo.

DEBERES POSITIVOS PARA CON EL CUERPO.


Los deberes positivos para con el cuerpo pueden reducirse al principio ético: “hay que fomentar y cuidar la salud corporal por todos los medios que estén a nuestro alcance”. Estos medios ya en concreto son: el acudir con regularidad al médico para que evalúe nuestro estado de salud, regular la alimentación, no excederse en el trabajo, no cargarnos de tensiones emocionales, hacer ejercicio físico de acuerdo a nuestra edad y no abusar del alcohol o el tabaco. En suma, llevar una vida metódica en la que exista equilibrio entre trabajo y descanso, ejercicio físico y reposo, gusto y alimentación, etc. Tener siempre en cuenta el principio antiguo “mens sana in corpore sano” (un cuerpo sano es garantía de mente sana). Recordemos que Platón era un excelente atleta y se dice que su nombre (apodo) era por sus anchas espaldas.

DEBERES PARA CON EL ALMA ESPIRITUAL.

LA VERDAD.-

¿Qué es la verdad?

Prescindiendo de las complicadas especulaciones filosóficas de los grandes pensadores, entendemos por verdad, aquello que existe independientemente de lo que pensemos o no. El común de los mortales sabe que una cosa es verdad cuando cree que ella existe.

No hay que confundir certeza con verdad.

La certeza tiene relación con la forma como se da el asentimiento a un juicio o raciocinio. Es la seguridad subjetiva de que una afirmación corresponde a la realidad extramental. La verdad o lo verdadero es aquello que existe independientemente de mi certeza. Si a mi certeza no corresponde una realidad objetiva, quiere decir que estoy equivocado. Por el contrario, si a mi juicio corresponde una realidad extramental, entonces podré decir que estoy en la verdad. No es la seguridad con la que se afirma una cosa lo que la hace verdadera, sino la correspondencia del juicio con la realidad.

El entendimiento es la facultad por la cual el hombre tiene acceso a la realidad tal cual es. Podríamos decir que es el crisol en el cual se purifican los datos de los sentidos y por medio del cual se está seguro de no ser engañado y de captar las cosas como son en sí. El animal tiene acceso a las cosas por los sentidos, pero no es capaz de saber si está en la verdad.

La base del progreso y la supervivencia humana es el entendimiento. Por el conocimiento que va adquiriendo el hombre, logra entender el orden establecido y captar las relaciones que existen entre los diversos seres que integran el universo. Si el hombre ha evolucionado y se ha separado infinitamente del reino animal, es por el uso de su inteligencia. Como ya hemos dicho, el ser humano es el único que logra su fin libremente, y es su inteligencia la que le permite descubrir el fin al que está llamado y los medios conducentes a ese fin.

El hombre es el “ser de la verdad”, es decir, el que está llamado a descubrir el orden en el que está establecido para encontrar su destino y el del mundo.

Por consiguiente, la obligación primordial de nuestro ser espiritual es la búsqueda incesante de la verdad.

La verdad no es algo que se consigue fácilmente; el camino hacia la realidad es arduo y difícil, se necesita entrenamiento, capacitación y entusiasmo. Esto implica: educación de la mente y ciencia.

Educación de la mente.-

Por el cultivo de los hábitos o virtudes intelectuales de la reflexión, la deliberación, la atención, el recto juicio y el espíritu de observación y de la crítica. La meta de la educación intelectual es proporcionar al individuo los instrumentos necesarios para que sepa distinguir entre la verdad y la mentira, entre lo que es y lo que no es. La verdad es el camino de la libertad. El principio cristiano: “La verdad os hará libres”, debe ser el ideal de todo ser humano. Si los hombres han podido ser esclavizados es precisamente porque carecían del conocimiento de la verdad. Lo primero que debe hacer un opresor es mantener en la ignorancia al oprimido.

El ser humano que no busca entrenar su mente en el camino de la verdad, está expuesto a ser esclavo de la naturaleza o de otro hombre.


Ciencia.-

Entendida ésta como el conjunto de conocimientos que nos permiten entender, realizar y perfeccionar nuestra existencia. La ciencia se adquiere por la instrucción y el estudio. El derecho a la instrucción es algo que está en la base de los derechos fundamentales del hombre.

Por consiguiente, es un grave atentado a la naturaleza humana el impedir que personas o grupos tengan acceso a la cultura. El individuo y la comunidad deben dar lugar para que a nadie se le impida el cumplimiento de este deber fundamental de instruirse en todo lo que concierne a la verdad.

Puesto que todos los seres humanos tenemos derecho a la verdad, nunca es lícito distorsionar la realidad a fin de que no se llegue a su pleno conocimiento, ya que la ignorancia es la base que sustenta la opresión y el hombre lleva en su interior una tendencia irresistible a esclavizar a los demás, hay que estar alerta contra todo aquello que nos impide conocer la verdad. Actualmente la comunicación masiva proporciona a los opresores un medio eficaz para mantener en la ignorancia a las multitudes y manipularlas para la consecución de fines contrarios a la dignidad del ser humano.

Luchar por la educación de nuestra mente es luchar por nuestra libertad y dignidad humanas.

El amor.-

El amor es el acto a través del cual el hombre busca, de alguna manera, identificarse con el objeto amado. Es una tendencia, un apetito cuyo objeto puede ser un bien material o espiritual. El ser humano orienta su actividad y su poder de decisión por el amor. La voluntad es precisamente la facultad a través de la cual el amor actúa y pone todo el ser en tensión hacia un objeto. Es el motor y principio de toda actividad humana libre y consciente.

Dentro del complejo humano el entendimiento es un faro, una luz que nos ilumina el camino y nos muestra la diversidad de bienes que pueden encontrarse. La voluntad, en cambio, es la que decide y pone el ser en movimiento hacia el objeto presentado por la mente.

Por esta razón la voluntad es la sede de la moralidad. En ella radica propiamente la naturaleza del acto libre. Ella decide nuestro destino. Descartes afirmaba: nuestra voluntad es aquello que hay en nosotros de más íntimamente personal; la inteligencia y la sensibilidad nos pertenecen por naturaleza; en cambio, somos lo que somos por la voluntad.

La voluntad es el factor determinante de nuestro carácter ya que éste es la manera como se manifiesta la personalidad en el comportamiento exterior del individuo, el modo como aparece nuestro yo.

La voluntad es la facultad del amor, pero no todo lo que hay en el mundo es digno de ser amado.

Los hombres de todos los tiempos han descubierto que existe en el ser humano una doble dimensión que a veces parece contradictoria. El cuerpo, nuestra parte material, es un mecanismo que responde automáticamente a los incentivos de la naturaleza. Pero no todo lo que apetece el cuerpo es para su bien. Nuestro cuerpo es semejante a un niño que desea tener todo lo que llama su atención. El padre debe estar atento a que no se tire al fuego o tome objetos cortantes.

Los apetitos naturales del cuerpo siguen su objeto locamente. El entendimiento y la voluntad, siendo partes de un mismo ser, no siempre están de acuerdo. La obligación fundamental del hombre que busca amar las cosas que le hacen bien, consiste en educar su voluntad a fin de que sea dócil al entendimiento y resista al llamado de los bienes aparentes y no tienda hacia ellos, sino hasta haber comprobado su bondad verdadera.

El principio: “Hago lo que me gusta” lleva a la ruina. No todo lo que me gusta está de acuerdo a mi naturaleza. En los animales gusto y bien están sincronizados por el instinto. En el hombre, por libre e inteligente, esta sincronización debe hacerla a través de su mente. El animal raras veces se equivoca en el objeto que elige. El ser humano puede equivocarse, destruirse y destruir a los demás si no pone su inteligencia al servicio del amor.

Todos tenemos el derecho de amar, pero esto no nos autoriza para amar lo que sea. Antes que el derecho de amar está el deber de cuidar nuestro ser y conducirlo rectamente hacia su fin total. El amor y la voluntad son instrumentos que nos ayudan a la consecución de ese fin.

El hábito de querer y hacer únicamente lo que el entendimiento nos presenta como justo y verdadero, es decir, lo que es acorde con nuestra naturaleza, se adquiere basándose en ejercicio y carácter. Esto significa educar la voluntad para que logre la fuerza necesaria que le permita ir, muchas veces, en contra de una tendencia y apetito a simple vista natural.


La voluntad debe estar dispuesta a morir con tal de salvar al todo. Si los hombres de la tierra usasen la recta razón en el amor, no habría guerras, odios ni divisiones. El conflicto entre los humanos surge cuando aman a un mismo objeto y prescinden del derecho y la justicia, cuando se dejan guiar sólo por el apetito sensitivo o por el egoísmo.


La voluntad ciega e irracional es el peor enemigo de la paz. Cuando un hombre actúa a espaldas de la razón su actividad es un peligro constante para la existencia humana.


La educación de la mente para conocer la verdad y la energía de la voluntad para seguir sólo lo que la inteligencia le presenta como bueno y verdadero, son los deberes fundamentales de todo ser humano que busca vivir de acuerdo a lo que es.


Si el ser humano no pone su inteligencia al servicio del amor, puede autodestruirse y destruir bienes necesarios para la vida de los demás.

MATRIMONIO Y FAMILIA,

LA TRANSMISIÓN DE LA VIDA Y SU PROBLEMÁTICA.-

LA FAMILIA.-

La familia, probablemente la institución más estable y duradera de las que componen el entramado social, está siendo sometida cada día con mayor rapidez, a revisión y crítica.

Considerada tradicionalmente, en su forma de familia patriarcal y conyugal, como la base de toda la sociedad, está siendo objeto de desintegración, paralelamente a la que se produce a gran escala en el mundo de hoy.

Vamos a reflexionar sobre la trayectoria que se ha seguido desde los orígenes de la familia hasta el estado actual de la misma, para intentar comprender mejor el problema y plantear las alternativas éticas que consideremos más válidas.

LAS RAÍCES DE LA INSTITUCIÓN FAMILIAR.-

La familia, como institución socioeconómica, es un elemento cultural universalmente admitido. La promiscuidad sexual absoluta entre todos los miembros de la sociedad, incluidos padres, hijos, etc., parece que no existe ni ha existido nunca. Sin embargo, lo que resulta mucho más variable es la manera en que ésta es concebida en las diferentes culturas.

Es tal su importancia, que se señala como uno de los elementos que potenciaron la formación de la sociedad humana en sus orígenes.

Así, se distinguen las siguientes adaptaciones sociales que se produjeron con la aparición del lenguaje y la fabricación y el empleo de utensilios:

Invención del parentesco y prohibición del incesto.

División sexual del trabajo y establecimiento de la familia.

Instauración de la cooperación y de la distribución equitativa entre los miembros de la sociedad.

Abolición de las jerarquías y de la dominación social.

El modelo de familia de los nayar es el más abierto de los conocidos y entre éste y el típico de la familia patriarcal, se extiende una gran diversidad de modalidades.

En cada sociedad, la familia puede desempeñar diversas funciones relacionadas con las finalidades culturalmente establecidas de la institución del matrimonio.

Fundamentalmente, las funciones de la familia, originalmente hablando, son:

Función reproductora: Establece el padre o la madre legal de los hijos.

Función sexual: Da a cada cónyuge el privilegio sobre la vida sexual del otro.

Función económica: Concede a los cónyuges parte o el monopolio de los frutos del trabajo del otro.

Función educativa: Determina los deberes del cuidado y protección de los hijos, así como su socialización.

La familia inmediata o biológica, tiene dos formas fundamentales:

Familia monógama: un solo hombre y una sola mujer.

Familia polígama:

Poligínica: un solo hombre y varias mujeres.

Poliándrica: una sola mujer y varios hombres.

Normalmente la elección entre estos tipos de familias suele obedecer a motivos económicos.

Asimismo, podemos distinguir entre:

Familia nuclear.- Formada por los padres y los hijos.

Familia extendida.- Formada, además, por parientes. El jefe o patriarca de una gran familia extiende su autoridad sobre todos sus miembros; guardaba íntimas relaciones con una estructuración monárquica del Estado.

La familia actual occidental es el resultado de una evolución que se produjo partiendo de familias muy extendidas, hasta la familia nuclear donde cada día se reduce más a su entorno. Hasta hace unos años, convivían con la familia nuclear los abuelos o algunos tíos; esta costumbre tiende a desaparecer cada día más rápidamente.

La familia contemporánea en cuanto institución social establecida tradicionalmente es monogámica, debido principalmente a raíces económicas y al establecimiento del derecho a la propiedad privada.

Por otra parte, hemos heredado la familia patriarcal, donde la figura del padre sigue, al menos estructuralmente, ejerciendo el papel de la responsabilidad familiar.

LA CRISIS ACTUAL DE LA INSTITUCIÓN FAMILIAR.-

Podemos señalar una serie de elementos que han contribuido a que la familia tradicional se encuentre hoy en vías de degeneración.

Uno de los elementos importantes es el distanciamiento físico y geográfico. Los fenómenos de emigración, así como la urbanización o tendencia del campo a la ciudad industrializada, alejan entre sí a los miembros de aquella familia extensa que hace unos años se convertía en la auténtica célula social, política, religiosa y económica. Como consecuencia, las relaciones entre sus miembros han variado enormemente. Mientras que antes la bendición del padre o del abuelo era un símbolo de máximo respeto y síntoma, a su vez, del patriarcalismo familiar, cada día se tiende más al modelo familiar de camaradería, donde se ve al padre como un amigo o compañero de vida.

Otro aspecto primordial lo constituye el proceso de independización de la mujer y su integración paulatina en el mundo del trabajo, así como del protagonismo de la historia. Esto nos introduce en nuevas pautas conductuales, como la ausencia de la mujer de la casa, conducta realmente inédita en las familias tradicionales, como por ejemplo: la familia romana, donde la mujer iba íntimamente unida al hogar.

Con ello, además, el sentido patriarcal de la familia, más bien se expande a sus miembros, y los hijos ya no piden la bendición, más bien piden dinero para marcharse.

En el seno de la familia nuclear misma, tenemos que también varían los elementos que conformaban el sentido del matrimonio tradicional. La institución monogámica tradicionalmente fortalecida por elementos religiosos, empieza también a resquebrajarse con la desintegración de aquéllos.

En primer lugar, la ausencia ya de motivaciones religiosas establecidas socialmente, hace que escaseen los matrimonios eclesiásticos, incluso se quita importancia al hecho legal del matrimonio en sí. Entre la juventud adquiere cada día mayor importancia el establecimiento de “matrimonios a prueba”, sobre todo en ambientes universitarios, y se ensayan también otras alternativas, como por ejemplo, las comunas, ya sea en pisos universitarios, ya sea de tipo religioso (tendencia a la religiosidad oriental como búsqueda de un nuevo tipo de relaciones humanas), ya sea en el sentido, todavía utópico de granjas ecológicas.

La cuestión de la infidelidad matrimonial, por otra parte, va perdiendo también importancia social, y el establecimiento de distintos tipos de separación matrimonial más o menos amistosa, así como la generalización del divorcio, obliga forzosamente a replantearse la posible vigencia hoy de una familia tradicionalmente concebida.

La tendencia liberal de la sociedad, llega incluso al establecimiento de parejas, incluso de matrimonios, en algunos países, entre personas homosexuales, provocando un “shock” en las mentalidades más ceñidas al pasado.

ASPECTOS ÉTICOS DE LA CRISIS FAMILIAR.-

El matrimonio.-

Vamos a referirnos a la integración mutua de dos personas que tienen la intención de formar una familia.

Se trata, como podemos ver, de la iniciativa de formar una comunidad. De ahí que deba de ser la comunicación auténtica entre sus miembros, el hilo de unión entre todos ellos.

Ahora bien, no se puede desligar ningún tipo de forma comunitaria del aspecto personal de los miembros que la integran. De ahí que, si el matrimonio disuelve a sus miembros haciendo desaparecer su mundo personal, acabe por perder su sentido más originario en la pareja que lo integra: el enriquecimiento mutuo.

En este sentido, tenemos que hacer mención a un problema socialmente importante: todavía hay muchas mujeres que pasan toda su vida girando en torno al matrimonio; horas de su vida que podrían dedicar a su enriquecimiento y desarrollo personal, las pierden bordando el ajuar para un posible futuro matrimonio, o bien, imaginando fantasías en torno al mismo hecho. No menos grave es el hecho de que, entre mujeres que estudian y que trabajan se produce el fenómeno de dejar su trabajo o sus estudios para representar, dedicándose de lleno a la tarea, el papel de mujer casada.

El amor de la pareja supone una serie de características, como cuidado y preocupación por el otro, que han de acentuarse en el matrimonio, debido a crear una conveniencia integrada. El ser feliz con la alegría del otro, ha de constituir el máximo logro. El tener siempre en cuenta al otro, debe ser la norma en todos los detalles de la convivencia, desde la comida hasta la relación sexual.

Uno de los problemas psicológicos que se plantean en el matrimonio es la asimilación del carácter de uno de sus miembros al del otro, por complacerle. Esto puede tener consecuencias graves.

Otro tipo de dificultad en el matrimonio es la planteada por una mentalidad, que hoy ya está desapareciendo, según la cual la finalidad primordial del matrimonio ha de ser la procreación de los hijos. Esto trae, como consecuencia, elementos altamente frustrantes, al subordinar el placer natural del sexo, a fines procreativos. Esta mentalidad, de raíces religiosas, impedía hasta hace poco a muchos matrimonios, la utilización de anticonceptivos, con lo que las familias numerosas predominaban; por otra parte, esto favorecía la soledad y la frustración sexual de la pareja.

También entre los miembros de la pareja se utilizan a veces mecanismos defensivos. Así, la cohesión de personalidades y la dependencia respecto al marido o a la esposa, conduce a veces a una notable incapacidad de percibir críticamente sus defectos y errores. Esto es propio de la persona que teme perder el afecto de los otros y entonces prefiere sacrificar su propio yo por el del otro.

La sumisión y apego excesivo a las familias de origen puede ser también la causa de grandes desavenencias. En muchas ocasiones son debidas a la falta de seguridad en sí mismo para tomar decisiones propias con respecto a su matrimonio.

La falta de adaptación sexual en el matrimonio suele ser muchas veces la raíz de desintegraciones familiares. Influyen en ello muchas veces factores psicológicos, desde violencia e imposición, hasta represión y mecanismos defensivos que refrenan la espontaneidad de la relación sexual. La adaptación sexual ha de ser progresiva y, sobre todo, respetuosa, si quiere alcanzar la culminación placentera del amor.

LOS HIJOS.-

La aparición del embarazo en mujeres solteras es, en muchos casos, causa de matrimonio posterior. Esto nos indica la importancia de la aparición de los hijos.

Ya estamos sociológicamente lejos de aquella concepción tradicional de la familia abocada a los hijos. Sin embargo, es cierto que constituyen un basamento fundamental de la familia misma.

Con el cambio de las costumbres, ha cambiado también este hecho, el rasgo principal es la libertad de embarazo por parte de la madre. Esto es posible por el uso de las técnicas anticonceptivas como la píldora, o los procedimientos mecánicos, como el diafragma o la espiral. El uso de anticonceptivos libera a la mujer de la obligatoriedad de tener hijos y se convierte también, en un elemento que contribuye a la estabilidad matrimonial.

Por otra parte, el tener a los hijos se convierte cada día con mayor fuerza en una opción ética. Muchas personas lo evitan debido a los problemas que se pueden encontrar en la vida. Otras, en cambio, confían de modo más optimista en su solución y aceptan la concepción de los hijos.

En cuanto al número de hijos, el método de control de nacimientos permite, además, adoptar mayor responsabilidad en este terreno. Las familias numerosas cada día resultan más difíciles de mantener y además supone dificultades psicológicas de todo tipo, así como económicas. La tendencia es a reducir el número de hijos quizá a dos o tres, para poder ocuparse de ellos más plenamente.

RELACIONES ENTRE PADRES E HIJOS.-

Para que las relaciones entre padres e hijos sean favorables, es preciso comprender el mundo de las necesidades del niño, y a partir de ahí, establecer una comunicación fructífera con ellos.

Lo primero que hay que considerar es que el niño descubre el mundo de la sociedad a través de sus padres. Este hecho requiere que los niños vean en ellos un ambiente armonioso y estable que les proporcione la seguridad, una de sus máximas aspiraciones básicas.

El niño necesita además, y en gran medida, cariño y afecto por parte de los padres, en quienes busca caricias y miradas tranquilizadoras. Se ha comprobado mediante experimentos de la afectividad, que el desarrollo de un bebé no se realiza plenamente si se produce la ausencia en él de estas manifestaciones afectivas.

El autoritarismo excesivo muy posiblemente frustre en el niño su psicología, de modo que puede convertirse en el desencadenante de una alteración psíquica. Al igual que en la educación escolar, el niño necesita también en casa, ser valorado por lo que él mismo es, en su desbordante imaginación, en su mundo afectivo, en su inquietud dinámica. Cortar la iniciativa infantil con un NO irracional y dominante, puede tener profundas consecuencias si va teñido de aspectos que ataquen su dignidad moral.

Hay varios tipos de conductas éticas que alteran el correcto desarrollo infantil. Una de ellas es el caso de los padres muy absorbentes con respecto a sus hijos. La causa puede ser una frustración propia en su infancia. Tenemos que comprender que esto no puede conducir a una relación favorable, ya que ahogaría siempre los auténticos deseos de los hijos.

El niño mimado es otro caso de educación incorrecta por parte de los padres. El hijo es tratado demasiado bien, con lo cual se le infantiliza excesivamente, haciéndole crear una conciencia errónea de sí mismo.

El niño maltratado es otra alteración de la vía correcta de unión entre padres e hijos. A la larga puede producir resentimiento hacia sus padres, incluso auténtico odio hacia ellos.

La existencia de otros hermanos favorece muchas veces, la relación con el hijo. Favorece realmente la situación del “niño mimado” que ahora está en la necesidad de compartir su gloria. Ahora bien, lo que nunca debe hacerse es establecer diferencias jerárquicas entre los hermanos, ya que ello les provocaría auténticos conflictos.

La actitud ambivalente, algunas veces, de los padres con respecto a los hijos, ya sea por motivos de exceso de trabajo, o bien por contradicción en las normas impuestas entre los padres mismos, pueden generar ansiedad en los niños, dañando así su personalidad.

EL CONFLICTO GENERACIONAL EN LA FAMILIA.-

Una de las definiciones más frecuentes que se dan de la familia es la siguiente: “Grupo social que descansa en lazos de sangre efectivos y no ficticios”.

Es interesante destacar en esta definición el concepto de “Grupo social”, pues sólo así entenderemos lo que se ha dado en llamar conflicto generacional.

Como todo grupo social, la familia se compone de unos responsables de la misma, que tratarán de encauzarla de una manera determinada, y de personas que pueden aceptar o no la normatividad exigida por esos responsables.

Normalmente, la edad de los responsables de una familia y de las personas que dependen de los mismos es bien distinta. Pertenecen a dos generaciones diferentes y decir esto significa que poseen esquemas vitales, si no contrapuestos, sí al menos no coincidentes.

LAS GENERACIONES Y SU EQUIPAJE MORAL.-

Se ha repetido hasta la saciedad que toda generación trata de devorar y suprimir a la anterior, pero no es menos cierto que toda generación proviene y surge de la herencia que la anterior nos ha legado.

Cada generación tiene un esquema de vida, el cual supone la posesión y la defensa de unas pautas de conducta que a toda costa pretende mantener y que en raras ocasiones está dispuesta a reformar.

Y si hay un grupo social en el que con más claridad y nitidez se observan tales discrepancias, éste es la familia, así como lo que podríamos llamar la prolongación de la misma y que no es otra cosa que la escuela.

Es por eso que cuando se habla de conflicto generacional, identifiquemos esta expresión con la de conflicto entre padres e hijos y con la de conflicto entre maestros y alumnos, grupos sociales reducidos en los que por el contacto continuo entre sus miembros se agudizan y ejemplifican con más claridad las posibles tensiones y disidencias que puedan surgir.

No obstante, hay un hecho claro: cada generación tiene sus puntos de vista, sus pautas de conducta y un equipaje moral y normativo determinado. La anterior, pretende conservarlo e imponerlo, la reciente trata de reformarlo o de destruirlo.

El conflicto surge cuando aparece la intolerancia en alguna de las partes y cuando no se está dispuesto a abrir ese equipaje y a desprenderse de algunos contenidos o cuando no se planea con claridad y precisión y sin apasionamiento de ningún tipo el nuevo equipaje que queremos construir. Abrir las maletas siempre cuesta trabajo, pero es más costoso dejarlas cerradas y utilizarlas como trincheras insalvables en contiendas internas.

AUTORITARISMO Y PATERNALISMO.-

En ocasiones observamos que en el seno de una familia existe lo que podríamos llamar un autoritarismo extremo y coercitivo; extremo porque la voluntad del padre o de la madre se imponen o se pretenden imponer por encima de todo argumento contrario y porque, incluso, no son permitidos tales argumentos contrapuestos. Coercitivo, porque se refrenan y sujetan de tal modo las ideas y los comportamientos de los demás, que podemos decir que su libertad queda totalmente suprimida.

Esta tendencia autoritaria, defendida todavía por muchos, pretende que la familia sea un grupo social fuertemente subordinado a la autoridad de su jefe o de su responsable, el cual intenta mantener, impidiendo cualquier tipo de oposición, sus costumbres, sus modos de vida y sus esquemas de comportamiento.

Es muy frecuente en estas situaciones, observar cómo el responsable de esta familia intenta también la conservación de lo que muchos autores han llamado “espíritu de familia” o distintivo peculiar de comportamiento el cual hay que practicar dentro del grupo y demostrarlo fuera de él.

No es casual, por otro lado, observar que la familia conducida de este modo es una familia desgraciada, porque al ser mutiladas las libertades individuales, se producen en su seno las rebeliones de aquellos miembros que no aceptan este sistema autoritario.

El paternalismo es un autoritarismo disfrazado de buena voluntad. Queremos decir con ello que la actitud paternalista consiste en conducir y programar las vidas y las ideas de los demás, argumentando que los demás no pueden o no saben realizarse por sí mismos.

“Como no tienes experiencia, has de guiarte por mis consejos”.

“Como sé lo que te conviene, mejor que tú, debes obedecerme”.

“Como quiero el bien para ti, y sé cómo conseguirlo, no pongas reparos a mis órdenes”.

“Has de tener fe en mí y algún día me lo agradecerás, ahora no puedes comprender mis normas, déjate llevar por ellas y, a la larga, saldrás beneficiado”.

Argumentos de este tipo son los que utilizan los paternalistas.

Dijimos anteriormente que el paternalismo es un autoritarismo cargado de buena voluntad porque, efectivamente, se desea el bien para los demás, lo que ocurre es que no se confía en que los demás puedan también encontrar soluciones eficaces. Tanto una como otra postura, suelen ser fuente de conflictos y pueden acabar entorpeciendo la armonía familiar, base primordial de su buen funcionamiento.

EL ANARQUISMO FAMILIAR.-

Es frecuente también observar que frente a la defensa de lo que hemos llamado autoritarismo y paternalismo, otros se levantan defendiendo el anarquismo en el seno de la familia.

Los argumentos que se esgrimen son, normalmente, los que siguen:

El desarrollo integral de toda persona necesita de las mayores cotas de libertad; démosle una libertad total dentro de la familia, que ya se encargará la sociedad de reprimírsela.

Los hijos habidos en una familia son producto de unas relaciones, y no por ello tienen que aceptar los esquemas mentales de sus padres.

Si el origen de una familia es el amor entre dos personas, o un contrato jurídico, o ambas cosas a la vez, no por ello se sigue que en ella tenga que haber un jefe.

No cabe duda que los razonamientos anteriores son argumentos de peso y difíciles de rebatir. No obstante, ya que hemos definido a la familia como un grupo social, es necesario recordar que toda sociedad necesita de unas normas y de unas leyes que garanticen la libertad y la seguridad de los demás.

Si por el contrario, entendemos la familia como una escuela, la primera y más inmediata en nuestra vida, de libertad y de respeto, está claro que el autoritarismo no es el modo más indicado para conseguirlo. Y sí lo sería, un fomento continuo de la individualidad de cada uno de sus miembros, sustituyendo la voz de mando por el consejo benevolente y las normas impuestas por pautas de conducta discutidas y convenidas.

Si queremos una sociedad libre tenemos que empezar porque las puertas de la familia se abran de par en par a esa libertad.

EL DIÁLOGO.-

Es difícil, en ocasiones, transigir con algunos comportamientos y aceptar ciertas conductas, sobre todo, cuando se lleva tiempo manteniendo un modelo de vida determinado.

Es difícil, por otro lado, comprender y practicar ciertas normas que nuestros mayores defienden, sobre todo cuando lo que se intenta es precisamente superarlas o cuando, sencillamente, no nos convencen.

Es muy fácil, por todo ello, que el conflicto generacional surja cuando la intransigencia sea la actitud que preside el comportamiento de alguna de las partes.

Por eso entendemos que el diálogo es el medio más adecuado para evitar el conflicto. Se nos puede objetar que el diálogo es adecuado cuando ambas partes se muestran inclinadas a mantenerlo, pero que es frecuente también que una de ellas se cierre a todo entendimiento, y que en tales casos es imposible una solución pronta y eficaz.

Todo eso es cierto, pero no lo es menos el hecho de que quienes están dispuestos al diálogo deben comprender que si lograrlo en ocasiones es difícil, es esa dificultad la que engrandece a quien lo consigue y a quienes están dispuestos a contrastar sus pareceres.

Normalmente, si el diálogo se mantiene con severidad, con buenas formas, y sin apasionamientos, es muy probable que durante y después del mismo, la luz de la razón ilumine las posturas enfrentadas y se logre una síntesis aceptada por ambas partes. No obstante, y aunque no se llegue a esta deseable solución final, la discusión serena y desapasionada, suele lograr que los contendientes revisen sus argumentos y acepten modificar sus posturas cuando ciertos factores comprensibles como el falso orgullo o la vanidad, se desvanezcan.

CONFLICTOS EXTRAFAMILIARES.-

GRUPOS SECUNDARIOS.-

Los conflictos generacionales no sólo ocurren en el ámbito familiar. Si hemos insistido más en las disidencias domésticas es porque consideramos que en la familia, al ser un grupo más reducido, adquieren tales enfrentamientos una dimensión peculiar.

La existencia, sin embargo, en todas las sociedades, de tensiones y disputas entre lo que podríamos llamar instituciones tradicionales y oficiales y la juventud, es algo que si bien ha aparecido siempre, es en estos años cuando más se ha agudizado.

En la universidad, en las escuelas y en las ciudades, surgen continuamente movimientos juveniles enfrentándose abiertamente contra el sistema académico, contra las organizaciones oficiales, contra la cultura impuesta y programada, ofreciendo a veces alternativas distintas y en otras criticando simplemente las existentes.

Surgen, de este modo, grupos muy diversos, los cuales a través de distintos medios como pueden ser la música, el arte, las críticas, las modas o las actitudes, pretenden no sólo manifestar su descontento o su disconformidad, sino también y en ocasiones, provocar un cambio en el sistema existente.

EL MATRIMONIO Y LA FAMILIA.-

Empezamos con una descripción de la familia tal como existe hoy y ha existido durante la mayor parte de la historia. En los tiempos antiguos, la familia comprendía a todos los parientes consanguíneos, y no solamente a los que vivían juntos; la palabra se utilizaba también para significar una unidad doméstica entera, incluyendo a los criados y demás personas no emparentadas, a condición que vivieran bajo el mismo techo o en la misma plantación. Nosotros adoptamos el sentido más restringido de la palabra, según el cual la familia es una sociedad que consta de marido o padre, esposa o madre, y sus hijos.

La familia o sociedad doméstica consta de dos componentes o dos subsociedades, a saber: un componente horizontal, esto es, la unión de marido y mujer, llamada sociedad conyugal, y un componente vertical, esto es, la unión de los padres y los hijos, llamada sociedad paternofilial. No se trata en realidad de dos sociedades distintas, sino de dos aspectos o direcciones en el seno de la familia. Accidentalmente la familia podrá tener un solo componente, pero esto no constituye el caso normal.

La causa material de la familia, lo mismo que de todas las demás sociedades, consiste en los miembros o personas que la constituyen, esto es: un hombre, una mujer y sus hijos. La causa formal es el vínculo moral entre ellos, y consiste en un grupo definido de derechos y deberes, garantizados por el contrato, en la sociedad conyugal, e impuestos por la naturaleza misma de las cosas en la sociedad paternofilial. La causa final de la familia está en el bien de todas las partes interesadas, conseguido mediante el hecho de vivir juntos en mutuo cariño. La causa eficiente de la familia está en el contrato de matrimonio, o más exactamente, en las partes contratantes, puesto que es en virtud del matrimonio, que la familia llega a la existencia y se conserva.

El matrimonio puede considerarse como el acto de casarse dos personas (la boda), o como la condición de estar las personas casadas (el estado civil). Lo primero es el contrato matrimonial, mediante el cual un hombre y una mujer dan y reciben derechos y deberes, uno para con el otro, acerca de la cohabitación y la convivencia. En cuanto al estado civil, el matrimonio es una sociedad o una unión duradera de un hombre y una mujer, que resulta de dicho contrato. Examinaremos el matrimonio como estado civil primero, porque es el caso que la gente se casa para vivir en el estado matrimonial. Por consiguiente, la naturaleza y las condiciones del contrato derivan de la situación que el contrato tiene por objeto producir.

El estado matrimonial implica cuatro condiciones principales, a saber:

1.- Debe haber una unión de sexos opuestos. Puesto que el matrimonio tiene que ver con la reproducción de la raza humana, este requisito es obvio. Así pues, el matrimonio difiere de la homosexualidad y del autoerotismo. El matrimonio no ha de ser necesariamente entre un solo hombre y una sola mujer, aunque la monogamia se considera como el ideal.

2.- El matrimonio es una unión permanente. Ha de durar todo el tiempo necesario para el cumplimiento de su objeto y la descarga de sus obligaciones y, por consiguiente, hasta que el último de los hijos sea capaz de llevar una vida independiente. El matrimonio difiere de la promiscuidad. El matrimonio, al menos cuando se basa en un contrato, se supone que ha de durar por la vida entera.

3.- Es una unión exclusiva. Los cónyuges se comprometen a compartir la relación únicamente entre sí, de modo que los actos extra-conyugales constituyen una violación de derecho. Así pues, el adulterio constituye un crimen contra el matrimonio.

4.- Su permanencia y exclusividad están garantizadas por el contrato. El mero hecho de vivir un hombre y una mujer juntos, sin estar obligados a hacerlo, no constituye matrimonio, aunque los interesados permanezcan juntos durante toda la vida, porque no forman una sociedad. Este contrato es el que hace la diferencia entre el matrimonio y el concubinato.

EL MATRIMONIO COMO NATURAL O CONVENCIONAL.-

Los hay que comparten el punto de vista de que el hombre evolucionó gradualmente desde un estado de promiscuidad primitiva, a través de varias formas de poligamia y hasta el matrimonio monógamo, etapa última que corresponde a su desarrollo actual. Es posible que la evolución conduzca a alguna forma de arreglo más avanzada; por consiguiente, aunque el hombre pueda ser naturalmente social en un sentido amplio, el matrimonio es una institución puramente humana, que podrá eventualmente abandonarse por algo mejor. Aquellos positivistas morales que sostienen que el hombre no es naturalmente social, deberían negar lógicamente que la familia sea una sociedad natural, pero es el caso, con todo, que parecen estar más bien pensando en el estado político, en esta conexión, que en la familia.

1.- La naturaleza se propone la continuidad de la especie humana, porque ha dado a los seres humanos la facultad y el instinto de reproducción. La naturaleza se propone que esto tenga lugar mediante la unión de un hombre y una mujer, porque los seres humanos están hechos para reproducirse en forma sexual. Las personas podrán casarse por una diversidad de motivos: por cariño, por compañerismo, por dinero, por posición. La idea de procrear hijos podrá ser acaso muy subordinada, y tal vez más bien tolerada que deseada en la mente de muchas parejas que se casan, no siendo necesario que ocupe psicológicamente en ellas, el primer lugar. Pero no cabe duda alguna de que sí ocupa el primer lugar en los designios de la naturaleza. Los hombres comen la mayoría de las veces por el placer de comer y rara vez piensan en su necesidad desde el punto de vista del sustento de la vida, pero reconocen, con todo, cuando reflexionan, que esto último es el propósito objetivo de comer. Y lo mismo cabe decir acerca de la relación sexual; en efecto, podrá efectuarse por una serie de razones subjetivas, tales como el placer, la atracción o el cariño, pero su propósito objetivo y natural está en conservar la especie. En la conservación de la especie, la naturaleza no ha confiado en la lógica mediante la cual el individuo podría discurrir acerca de su deber al respecto, sino que le ha implantado un instinto tan fuerte, que la mayoría de los seres humanos lo siguen. Así pues, la economía entera de la naturaleza al establecer los sexos conduce al niño.

2.- El deber de cuidar de los hijos corresponde naturalmente a los padres. En efecto, los padres son la causa de la existencia del hijo y, por consiguiente, les incumbe cuidar de su bienestar. No hay nada tan indefenso como un bebé humano. Algunos animales pueden cuidar de sí mismos poco después del nacimiento, y ninguno de ellos requiere un periodo prolongado de atención. El instinto natural impele a los animales reproductores, permanecer juntos, cuando los dos son necesarios, hasta que la descendencia esté suficientemente criada para cuidar de sí misma. En ningún caso dura esto hasta la temporada siguiente de apareamiento y, por consiguiente, la copulación promiscua no causa daño alguno a la descendencia de los animales y responde bien el cumplimiento del propósito de la naturaleza. Pero lo mismo no puede decirse de los seres humanos.

En efecto, el niño no puede vivir sin una atención intensa y en conjunto, necesita de 15 a 20 años de desarrollo antes de estar realmente en condiciones de llevar una vida totalmente independiente. Los que están provistos por la naturaleza con los medios para criar al niño y están normalmente impelidos a hacerlo por instinto natural y cariño, son los padres. Otros elementos no son más que unos expedientes mediocres al respecto. Por consiguiente, los padres están destinados por la naturaleza misma a hacerlos guardianes apropiados de los hijos.

3.- El deber de criar al hijo corresponde a ambos progenitores y no a uno solo. Que éste deber incumbe a la madre, resulta claro a partir del hecho de que ha de parir al niño y amamantarlo, ya que en otra forma éste ni siquiera podría sobrevivir los primeros días de la vida. Pero el padre es causa asimismo de la existencia del niño y le incumbe, por designio de la naturaleza, cuidar del bienestar del mismo. Padre y madre juntos dan vida al niño y juntos han de atenderlo, no en vidas separadas e independientes, sino en aquella vida conjunta que constituye la sociedad de la familia. Normalmente, ni la madre ni el niño pueden procurarse los medios de subsistencia, ¿y quién tiene este deber, en los planes de la naturaleza, sino el padre, que es el solo responsable del estado de la madre y el niño? La posibilidad de que la madre pueda contar con medios de fortuna propios es algo accidental y que cae fuera de las previsiones de la naturaleza. En tanto que la ayuda del padre es necesaria no sólo en los primeros años de vida del niño, sino durante todo el periodo de la educación de éste. De hecho, es más bien hacia la parte final del periodo de entrenamiento que la influencia del padre es más necesaria, cuando ha de preparar a sus hijos, especialmente a los muchachos, para ocupar su lugar en la vida. La naturaleza ha dado al padre y a la madre capacidades distintas, que son complementarias tanto psicológica como fisiológicamente, y la influencia tanto de la severidad del padre como de la ternura de la madre es necesaria para la preparación apropiada del niño.

De estos tres puntos se sigue que la naturaleza exige una unión permanente y exclusiva entre los sexos, y aún una unión garantizada por contrato o en otros términos, que el matrimonio es una institución natural.

Aquellos que consideran que el matrimonio no es una institución natural sino solamente convencional, no niegan por regla general, los hechos mencionados en este argumento, pero niegan que permitan la conclusión que de ellos se extrae.

EL CONTRATO MATRIMONIAL.-

El estado matrimonial de los individuos empieza con un contrato, concertado por un consentimiento mutuo libre del hombre y la mujer. Los individuos no nacen casados y pueden permanecer solteros durante toda su vida. La naturaleza no selecciona las parejas para el matrimonio. Ha de haber algo que decida si uno va o no a casarse y con quién debe hacerlo. Puesto que la naturaleza no lo establece, lo hacen los propios individuos, y lo hacen por medio del contrato del matrimonio.

El contrato matrimonial forma parte del matrimonio en su aspecto de institución. Es un contrato en el pleno sentido de la palabra y ha de cumplir todas las condiciones previstas para el contrato en general, así como algunas que son peculiares suyas. Es un contrato bilateral, con cargas para ambas partes, mediante el cual éstas se transfieren mutuamente derechos estrictos y contraen el uno para con el otro deberes que en adelante se deben uno a otro en justicia. El derecho esencial transferido consiste en el derecho del uso del cuerpo de la otra persona para la realización del acto de la procreación. La cohabitación, el apoyo, la participación en los bienes y demás cosas por el estilo son derechos subsiguientes. La transferencia del derecho esencial es permanente y exclusiva, y el dejar de entenderlo así invalida el contrato.

Por su propia naturaleza, el matrimonio requiere de un consentimiento mutuo y libre y la ausencia de error y miedo. La libertad de consentimiento es particularmente importante en el matrimonio, porque éste supone cariño, y el cariño no puede forzarse, aparte del hecho de que el matrimonio impone graves cargas que nadie está obligado a asumir y mucho menos a asumir en compañía con una persona determinada.

El impedimento del matrimonio es alguna incapacidad en una de las partes contratantes que hace que el contrato resulte inválido o ilícito. El primero de estos casos anula el contrato desde el principio, de modo que las partes nunca estuvieron en realidad casadas. El segundo sólo hace que esté mal para una persona casarse en estas condiciones, pero, si lo hace, el contrato matrimonial subsiste.

Los principales impedimentos invalidantes desde el punto de vista de la naturaleza misma son: la impotencia, un parentesco demasiado cercano y el estar uno de los contrayentes ya casado. La iglesia debido al aspecto religioso y sacramental del matrimonio, y el estado, por razón del bien común, pueden establecer impedimentos complementarios de uno y otro grado.

El impedimento del parentesco sólo necesita unos pocos comentarios. El crimen de incesto se ha considerado siempre con particular horror. Todo matrimonio entre un progenitor y un hijo es declarado absolutamente fuera de la ley por la naturaleza, en cuanto sumamente opuesto a la relación parental ya existente. El matrimonio entre hermano y hermana no es absolutamente contrario a la naturaleza, pero la sola condición en que podría llegar a considerarse como permisible sería la de que, en otro caso, la especie no pudiera propagarse. La razón de prohibir el matrimonio entre hermano y hermana es el hecho de que se crían en el mismo hogar y desarrollan durante su inmadurez una especie de cariño libre de toda pasión, ya que cualquier otra cosa significaría la ruina total de la familia y haría del hogar un lugar en el que fuera imposible vivir.

MONOGAMIA O POLIGAMIA.-

Que el matrimonio deba ser entre hombre y mujer, esto se sigue de su naturaleza y propósito. El matrimonio de un solo hombre con una sola mujer al mismo tiempo es monogamia; el matrimonio de dos al mismo tiempo es bigamia y el matrimonio de más de uno al mismo tiempo, sin especificar el número, es poligamia. Se habla de poligamia a propósito de ambos sexos y es:

1.- Poliginia, si un hombre tiene más de una esposa.

2.- Poliandria, si una mujer tiene más de un marido.

La poliginia no subvierte por completo el propósito del matrimonio. En efecto, no pone impedimento alguno al nacimiento de hijos y permite al menos que se cumplan las condiciones esenciales de su cría. Cada madre puede dedicarse a la cría de sus propios hijos, siendo mantenida por el padre. A menos que el número de las esposas sea sumamente grande, el padre debería estar también en condiciones de asistir en algún grado a la educación de los niños.

Pero es el caso que la poliginia dista mucho de realizar el ideal del matrimonio. En efecto, el padre no puede prestar la misma atención a la educación de los hijos de varias mujeres que podría prestar a los de una sola. El cariño y la ayuda mutuas que deberían existir entre marido y mujer resultan debilitados por el hecho de ser individuales en una dirección y múltiples en la otra. No puede haber igualdad entre marido y mujer cuando ella no es más que una entre varias, y no tiene nada de sorprendente que en los países de poligamia la posición de la mujer no esté mucho por encima de la del esclavo. Cabe esperar que se produzcan celos entre las esposas cuando cada una lucha por el favor del marido y cada una siente ambición por sus hijos propios. Se requiere una integridad casi sobrehumana para que el marido sea perfectamente leal con todas las mujeres y todos los niños, y esta clase de sociedad sólo parece posible cuando la condición de la mujer está tan degradada que su voluntad no cuenta. Aunque semejantes males puedan producirse también en la familia monógama, sólo tienen lugar en ésta, con todo, accidentalmente, por culpa de las partes interesadas y no por la naturaleza de la institución; en tanto que en la familia polígama, dichos males sólo pueden evitarse accidentalmente. Así pues, la poliginia no debería aprobarse como una forma moralmente aceptable de matrimonio.

La poliandria subvierte totalmente el propósito del matrimonio. El único factor atenuante es que los diversos maridos estarían obligados todos ellos a mantener una sola esposa y a todos los hijos que ésta tuviera. Pero es el caso que el apoyo mutuo no constituye el elemento principal del matrimonio. La excusa de la poliginia, esto es, la propagación más rápida de la especie no se da en la poliandria, porque la mujer no puede procrear más hijos con muchos maridos de lo que puede con uno solo. La cría de los hijos conforme al propósito de la naturaleza resulta imposible, porque el padre no puede averiguarse con certeza y no está en condiciones de realizar la función de asistir y guiar a sus hijos. Los niños disputarían naturalmente entre sí acerca de cuál marido es el padre de cada uno de ellos. Podría ocurrir que todos los padres trataran de cumplir con dichos deberes para con todos los niños, o que los dividieran arbitrariamente, pero en todo caso, esto no puede constituir en modo alguno una verdadera relación paternofilial.

ESTABILIDAD O DIVORCIO.-

Dijimos anteriormente que el matrimonio había de ser duradero, pero no dijimos cuánto había de durar. ¿Puede disolverse o debe durar, por lo contrario, hasta la muerte de uno de los cónyuges? Las personas casadas podrían deshacer acaso su hogar en una de estas dos formas:

1.- Mediante separación de cama y mesa.

2.- Tratando de disolver el vínculo matrimonial.

La separación significa que los dos cónyuges dejan de vivir juntos y de cumplir con las obligaciones conyugales, pero permanecen casados, esto es, el vínculo matrimonial permanece intacto, de modo que ninguna de las dos partes tiene libertad para contraer un nuevo matrimonio. Resulta fácil ver que semejante separación es a veces necesaria, pero sólo debería procederse a la misma por las razones más graves. Las personas que sólo buscan una separación, necesitarán en ocasiones obtener un divorcio civil para protegerse de la otra parte, para obtener el apoyo y la custodia de los hijos, o para efectuar una distribución civilmente válida de propiedad. En tales casos, el divorcio sólo afecta los efectos civiles del matrimonio y no necesita entenderse como disolución del vínculo matrimonial.

El término divorcio suele entenderse como intento de disolver el vínculo matrimonial mismo, de modo que las partes estén libres de contraer nuevo matrimonio con otras personas.

El divorcio, al igual que el contrato de matrimonio que trata de disolver, es regido por los derechos eclesiástico y civil. Aquí sólo estamos obligados a considerar la cuestión desde el punto de vista de la moral natural, limitación que hace que nuestro tratamiento resulte necesariamente incompleto.

Los deberes de los padres para con los hijos requieren que el matrimonio subsista hasta que la familia esté totalmente educada. Según vimos, el matrimonio tiene como objetivo no sólo la procreación, sino también la educación de los hijos. La naturaleza misma requiere que el matrimonio dure hasta que dicho fin se haya alcanzado, esto es, hasta que el niño esté completamente criado y en condiciones de vivir una vida independiente por su cuenta. El educar a un niño requiere normalmente de 15 a 20 años. Pero si los padres han de vivir juntos durante todo este tiempo, lo normal es que nazcan otros niños. Así, pues, el matrimonio ha de durar al menos 15 años después del nacimiento del más joven de los hijos. La mujer es capaz de tener hijos hasta la edad de 45 años aproximadamente. Normalmente, pues, el matrimonio ha de durar hasta que marido y mujer tengan unos 60 años.

El cariño entre los cónyuges requiere que el matrimonio dure hasta la muerte de uno de los dos. Cuando las personas casadas han llegado a una edad avanzada, difícilmente podrá razón alguna justificar una separación. En efecto, la vida en común no podrá haber sido demasiado intolerable. La mayoría de las separaciones tienen lugar en los primeros años del matrimonio, esto es, en el periodo difícil de adaptación recíproca, cuando el nimbo romántico se ha disipado, dejando expuesto cada uno de los cónyuges a los ojos del otro a la luz pura de la realidad. Sería absurdo pensar que esto no le haya ocurrido ya a un matrimonio de edad avanzada, que ha compartido todas las alegrías y las tristezas de la vida durante tanto tiempo. El hombre es el soporte natural de la mujer, y aquel que ha gozado el periodo entero de juventud, belleza y fecundidad de ella, le debe cariño y protección en sus años avanzados. Y en forma análoga, la mujer que ha aceptado el apoyo y la protección del marido en los años de su vigor físico no puede dejarlo en la soledad al final de la vida. ¿Y qué clase de educación darían los padres a los hijos, si pudieran arruinarlo todo con el mal ejemplo de deshacer su propio hogar en los días de la vejez?

La principal razón contra el divorcio es la del efecto desastroso que ejerce sobre la vida de los hijos. Estos son, en efecto, los que pagan por la falta de los padres. Los progenitores que deshacen su hogar privan a los hijos del medio ambiente en el que, según el designio de la naturaleza, debieran vivir. Se dan casos, por supuesto, en los que el niño se beneficia del hecho de ser alejado de un mal hogar; pero la naturaleza considera, con todo, lo que es normal y no lo que es accidental. El nuevo marido o la nueva esposa de una persona divorciada realizan a menudo muy bien la tarea de educar a los niños, pero es lo cierto, con todo, que en demasiados casos aquellos están amargamente resentidos. Podrá ocurrir que los niños quieran a ambos progenitores reales y que se sientan confundidos en cuanto a saber a favor de cuál de los dos deban de tomar parte, por el simple hecho de tomar parte. Semejante situación no tiene ciertamente nada de ideal.

Inclusive los partidarios más firmes del divorcio lo consideran como un grave mal social y un fracaso de la moral social. Aquellos que consideran el matrimonio como un convenio puramente humano deberían aceptar lógicamente el divorcio mediante simple demanda. En su opinión, no debería haber nada obligatorio en el contrato, excepto la voluntad continuada de las partes, aún si inicialmente pensaban contraerlo de por vida. Pero, si el matrimonio es una institución natural, la cosa cambia. En efecto, el matrimonio es entonces un contrato libre en el sentido de que uno puede casarse y no hacerlo; pero las condiciones del matrimonio en cambio, están establecidas por la naturaleza misma y no por las partes contratantes, y el término para el matrimonio es hasta la muerte de uno de los cónyuges.

Pero ¿cuán inexorable es la naturaleza? Consideremos el caso de un matrimonio que por alguna razón, ya sea que implique falta moral en una u otra de las partes, o en ambas, o que se trate de una de aquellas situaciones de las que nadie es culpable, ha ido tal mal, que no existe probabilidad alguna de rehabilitarlo.

¿Han de permanecer en tal caso las partes, ya que no pueden vivir juntas, en estado de soltería durante el resto de sus vidas, hasta que una de ellas muera? ¿Con qué fundamento puede exigirse semejante cosa?

Desde el punto de vista de la razón pura resulta difícil encontrar algún fundamento. El matrimonio no realiza ninguno de los fines para los que fue concertado: el cariño ha muerto; los niños ya no son criados por los dos progenitores juntos y ya no nacerán más niños. Se ha insistido mucho en el argumento principal de que conceder el divorcio por las razones más graves conduce paulatinamente a un aflojamiento de los reparos, hasta llegar a aceptar para él las excusas más frívolas. La historia muestra que este argumento contiene efectivamente una gran parte de verdad. Sin embargo, no lo aplicamos en absoluto de modo tan estricto en los demás asuntos de la vida, de modo que ¿por qué debiéramos hacerlo aquí?

Parece injusto castigar a personas que tienen razones perfectamente válidas, por el hecho de que otras personas formulen la misma demanda con pretextos superficiales. Cabe sermonear también acerca de la importancia del matrimonio como paso en la vida, de modo que aquellos que lo contraen precipitadamente o con poco sentido de sus grandes obligaciones han de pagar el precio de su insensatez. Pero es el caso que no todos ellos contrajeron el matrimonio precipitadamente o insensatamente y los que lo hicieron están pagando ahora el precio. En todos los demás asuntos de la vida podemos salirnos de un negocio irremediablemente malo y volver a empezar. En contra de esto se dice que las leyes están hechas para el bien común y que, puesto que el divorcio es pernicioso para la sociedad en general, los individuos habrán de sostener el bien común de la estabilidad conyugal mediante un sacrificio personal. Pero toda ley admite excepciones, especialmente en el caso en que no hacerlo equivaldría a eludir el objeto mismo de la ley. Y aquí tenemos uno de estos casos.

Así parece hablar la voz de la razón. Pero es el caso que el matrimonio tiene, al lado de su aspecto natural, también su aspecto religioso. La prueba en el sentido de que ningún matrimonio válido puede ser jamás disuelto habrá de buscarse en fuentes teológicas, e inclusive aquí, la mayoría de las religiones admiten al menos algunas excepciones específicas.

Nada de lo que aquí se ha dicho tiene por objeto impugnar la estabilidad del matrimonio o abogar a favor del divorcio como remedio general de la ausencia de felicidad conyugal. No hemos querido referirnos más que a algunos casos desesperados. Si examinamos actualmente la lista de los divorcios en la mayoría de los países del mundo, llegamos a la conclusión obligada de que la mayoría de ellos no se justifican moralmente. Lo que es particularmente nocivo es el mal ejemplo de muchas personas eminentes que nunca tuvieron la intención de que su matrimonio fuera estable y están dispuestas a cambiar de marido o de esposa tan pronto como se presente a la vista otra persona deseable. Esta forma de poligamia sucesiva es tal vez la que más ha contribuido a hacer del matrimonio una mofa como institución social. Un antídoto consiste en señalar los numerosos hogares felices en los que una vida familiar sana sigue floreciendo.

LOS DEBERES CON RESPECTO A DIOS

Los deberes constituyen el nivel básico de realización moral. Se deducen a partir de las leyes naturales, y éstas se descubren en la misma naturaleza.

Entre estos deberes están, en primer lugar, los deberes con respecto a Dios, creador de todo el universo y, por tanto, del hombre. Las relaciones del hombre con respecto a Dios pueden sintetizarse en una sola palabra: la religión.

1.- DEFINICIÓN Y DIVISIÓN DE LA RELIGIÓN.-

Esta palabra tiene varios significados análogos. Aquí nos referiremos a ella como la virtud del hombre por la cual se relaciona convenientemente con Dios.

Según algunos autores, la palabra religión viene del latín re-ligare, y significa volver a unir. Sea éste u otro el origen de la palabra, lo cierto es que efectivamente, la religión consiste en una segunda unión del hombre con Dios.

El primer lazo de unión viene de Dios hacia el hombre; es el acto creador, por el cual Dios participa al hombre la existencia y las perfecciones propias de la naturaleza humana. Siendo Dios la bondad en sí misma, se complace en difundir el bien y la perfección; de esta manera crea y conserva al hombre en su esencia y existencia.


El segundo lazo de unión (la religión) va desde el hombre hacia Dios. Es consciente y libre, y consiste en un acto de correspondencia ante el don de Dios. Semejante al hijo, que toma su lugar frente a su padre, así la creatura debe ocupar el puesto que le corresponde frente a Dios. La religión es la relación que, en justicia, debe asumir el hombre delante de Dios.

La religión puede ser natural o sobrenatural. La religión natural es la que el hombre puede (y debe) realizar con sus capacidades naturales, como son la inteligencia y la voluntad. Conocer y amar a Dios es el primer deber de la religión natural.

La religión sobrenatural es la que se basa en la Revelación, como, por ejemplo, la Biblia. El judaísmo, el protestantismo y el catolicismo, en cuanto participan o se basan en la Biblia, son religiones sobrenaturales o reveladas.

A la razón atañe directamente el estudio y la práctica de la religión natural; pero la misma razón puede descubrir que la Revelación tiene un fundamento aceptable. En esa misma medida, el hombre debe tratar de conocer y practicar la religión revelada.

También es conveniente hacer aquí la distinción de hecho y de derecho, aplicándola a la religión.

Una religión de hecho es la que se practica efectivamente en determinado sujeto. La religión de derecho es la que está prescrita (por la razón o la Revelación) independientemente del modo, más o menos deficiente, como es practicada.

Esta distinción es muy útil para zanjar ciertas discusiones. La gente suele juzgar la religión por el modo como es practicada (de hecho), sin tomar en cuenta a la religión tal como está prescrita (de derecho). Evidentemente, hay diferencias entre las dos, y el sujeto debe guiarse, no en tanto por la religión de hecho, sino por la religión de derecho. Todo esto no es más que una aplicación de los principios señalados desde los primeros capítulos.

2.- FUNDAMENTO DE LA RELIGIÓN.-

La religión, como deber del hombre tiene un doble fundamento.

En primer lugar, el que ya se ha señalado poco más arriba, a saber: el hecho de que el hombre es creatura de Dios. La religión no viene a ser otra cosa, sino la toma de posición del puesto que le corresponde al hombre, como creatura de Dios. Asumir el papel de creatura, reflejarlo a lo largo de la vida, relacionarse con Dios por medio de la inteligencia y la voluntad y, en fin, corresponder al amor de Dios es un acto de justicia, es realizar un orden ya establecido. Quien toma conciencia de su propio carácter contingente, de la precariedad de sus propias cualidades, de la calidad de don que tiene su naturaleza entera, no puede menos que entablar con Dios (fuente de todas las perfecciones), la estrecha relación de gratitud, correspondencia y amor, base de toda religión.

Pero, además, puede observarse que en todo hombre existe una fuerte inclinación o tendencia a lo absoluto, que lo está impulsando sin cesar a la búsqueda de ese valor. Por propia naturaleza, el hombre tiene la tendencia que lo lleva a la práctica de la religión. Esta tendencia a lo absoluto provoca en el hombre una cierta inquietud y vacío, incapaz de ser llenado por bienes terrenos y relativos. Dicho vacío es el que hizo exclamar a San Agustín: “Nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en ti”. La religión es un deber, que se impone de un modo necesario en vista del hecho de la creación y en vista de la tendencia natural del hombre hacia Dios. Este doble fundamento de la religión viene a ser como los dos extremos de un puente en construcción, que se unifican en el centro y, juntos, realizan la unión de los dos polos. El amor y la donación de Dios hacia el hombre y la tendencia de éste hacia lo Absoluto están llamando al hombre al cumplimiento de la religión.

3.- LA PRÁCTICA DE LA RELIGIÓN.-

Desgraciadamente la religión, tal como se practica de hecho, suele mezclar elementos que ya no pertenecen a ella y que la impurifican a tal grado que la convierten en una superstición o en un fanatismo impropio del nivel elevado y valioso al que pertenece por derecho.

Lo principal en la religión es la tendencia de la inteligencia y de la voluntad hacia Dios. Esto se manifiesta como una inclinación para conocer y amar a Dios (fe, esperanza y caridad). Es de carácter interno, personal y, tal vez, lo más íntimo entre los afectos y pensamientos del hombre.

Pero, naturalmente, el conocimiento de Dios y del orden por Él establecido, junto con el amor y la unión realizados por la voluntad, conducen al hombre a la práctica de un culto interno y externo, al cumplimiento de sus mandamientos y, en fin, al acuerdo y unión de voluntades.

En otras palabras, lo principal en la religión es el espíritu de unión con Dios. Pero este espíritu de unión no ha de ser estático, sino dinámico, es decir, mueve a la acción; no es un amor de palabras, sino de hechos. La religión, para que sea auténtica, debe estar plasmada a lo largo de la vida, como el resultado de un amor que, por esencia, pide plenitud. La religión es vida con sentido trascendente.

En la práctica suelen encontrarse muchas desviaciones de la tendencia natural hacia lo Absoluto. La ignorancia, por ejemplo, induce a las supersticiones y fanatismos. En efecto, si la inteligencia no está ilustrada acerca del verdadero objeto al que debe dirigirse la inclinación a lo Absoluto, fácilmente puede contentarse el hombre con un objetivo que presenta las apariencias de los Absolutos, como el sol, los fenómenos sobrenaturales, los ídolos y fetiches, las prácticas curativas, la magia y la brujería. En una palabra: las supersticiones y los fanatismos constituyen un sustituto de la religión, provocado por la ignorancia acerca de Dios, único objeto correlativo de la tendencia a lo Absoluto.

También es un error la represión de la tendencia natural hacia Dios. Los psicólogos modernos como Ignacio Lepp, llegan a afirmar que la represión de esta tendencia puede llegar a producir una neurosis o desequilibrio psíquico. Relatan casos de enfermos mentales que sólo llegaron a la salud cuando establecieron con claridad su posición con respecto a Dios. Ciertos tipos de ateísmo son, francamente, o producidos por la neurosis, o conducen a la neurosis.

Existen personas cuyo ateísmo es neurótico, aunque también hay sujetos cuya práctica religiosa es neurótica. Sin embargo, la auténtica religión es practicada de hecho por personas equilibradas, y sin ningún vestigio de neurosis. Esto muestra que entre religión y neurosis no existe un lazo necesario, como afirmaba Freud. Para él, la religión es una obsesión colectiva. Los hechos muestran todo lo contrario. Jung es, en este aspecto, mucho más fiel a la realidad, aún cuando no llega a la afirmación plena de la existencia de Dios.

Un incremento en la madurez y equilibrio del hombre conduce naturalmente a un incremento en la práctica de la religión auténtica, sin mezcla de supersticiones y fanatismos, sin sentimientos inconscientes de culpabilidad, sin creencias deformadas. Entre este tipo de creencias, hace muchos estragos la de que Dios es un ser justiciero, vengativo e implacable, siempre en busca de la menor falta para aplicar la sanción. Por el contrario, “Dios es Amor”, y “todo contribuye para el bien de los que aman a Dios”. ( Cfr. San Juan y San Pablo.)

4.- LA LIBERTAD RELIGIOSA.-

La libertad religiosa consiste en que cada persona puede elegir su religión de acuerdo con su propia conciencia, después de haber examinado y reflexionado seriamente sobre el tema (basándose en lecturas, consultas, meditaciones); de tal manera que ni el Estado ni cualquier otra institución tienen facultad para imponer a sus súbditos una determinada religión.

La libertad religiosa se deduce a partir de la libertad de conciencia. No es más que la consecuencia de ese derecho fundamental e inalienable que todo hombre tiene para usar su libre albedrío en la determinación de su propia vida.

De hecho existen varias religiones, varios modos de relacionarse con Dios. La misma naturaleza de las cosas es la que va marcando al hombre cuál es la mejor y más acorde con la verdad. Y en función de ese conocimiento es como se debe elegir la propia religión.

La libertad religiosa no implica indiferencia religiosa. Solamente la mala fe puede torcer el sentido de la libertad religiosa haciéndola consistir en una indiferencia para con toda religión o en una postura de absolutismo personal que se deja llevar por el capricho y que se niega a reconocer las limitaciones reales de la libertad y la fundamentación objetiva de la verdad, a la cual siempre hay que someterse.

La verdad es una y no admite contradicciones consigo misma. Por lo tanto, en el momento en que las diferentes religiones se contradicen, se puede concluir que no todas son verdaderas. Y la bondad de una religión está en función de su verdad.

De cualquier modo, es necesario buscar y subrayar lo que es común a varias religiones, en lugar de insistir en lo que difieren. De hecho, hay mayores motivos de acuerdo y unión (por ejemplo, entre las diferentes religiones cristianas) que de separación y ataque.

5.-LA EDUCACIÓN LAICA.-

Quien está convencido de la existencia de Dios, de la tendencia natural del hombre hacia Dios, y, por lo tanto, de la necesidad de la religión, no puede menos que fomentar la religión entre todo ser racional.

Una educación que no haga caso de esta tendencia, que deje sin cultivo y sin ejercicio la inclinación hacia lo Absoluto, tiene que ser una educación defectuosa.

Muchos significados ha tenido la expresión “educación laica”. Si con ella se quiere prescindir de Dios y se quiere hacer a un lado la necesidad del hombre por lo Absoluto, se está, con eso, alienando al hombre, se le está despojando de una de sus grandes oportunidades para trascender el nivel puramente terreno, y se le está forzando a correr el riesgo de una represión de dicha tendencia, que al final se traducirá en un desequilibrio psíquico.

Como hemos visto en otro lugar, la religión no es una alienación, sino que, por el contrario, la falta de religión constituye una mutilación en la persona humana, y es, por lo tanto, una alienación.

Desgraciadamente, la educación y la instrucción religiosas frecuentemente han carecido de cualidades pedagógicas. El memorismo de preguntas y respuestas, la falta de aplicación práctica en las clases de religión, el dogmatismo exagerado de ciertos profesores, la abundancia de sentimentalismo, la imposición de una tradición carente de razones, son circunstancias que (tal vez, más de lo que se cree) han dañado al educando y lo han apartado de la religión.

Lo que hay que suprimir, no es la educación religiosa, sino la antipedagógica educación religiosa, que ha causado esos efectos contraproducentes.

RESPONSABILIDADES CÍVICAS.-

Ser ciudadano no quiere decir solamente formar parte de una comunidad o depender de un estado concreto. Ser ciudadano no quiere decir sólo cumplir con las normas o leyes establecidas en una sociedad determinada. Ser ciudadano implica además participar como tal en la vida de la comunidad, preocupándose del bienestar y del progreso de la sociedad a la que se pertenece.


La responsabilidad de todo ciudadano exige el empleo consciente y reflexivo de la libertad individual. Un ciudadano responsable es por tanto, aquél que orienta su libertad personal, entre otras cosas, hacia la sociedad, para contribuir en su beneficio y en su bienestar.


Cada ciudadano es responsable de sus acciones; acciones que no pueden ignorar la vida colectiva y mucho menos atentar contra ella.

Un ciudadano responsable ha de utilizar su libertad personal no sólo para proyectarse individualmente y para encontrar su bienestar propio, sino también proyectando con los demás todas aquellas cuestiones que pueden beneficiar a la comunidad en el presente y en el futuro, esto es, participando en la vida colectiva de la forma y manera que sus capacidades y obligaciones se lo permitan.

Por otro lado, la responsabilidad ciudadana implica, en las democracias sobre todo, el acatamiento de las leyes establecidas y el cumplimiento de los deberes que impone la vida social organizada. Entre ellos podemos destacar los siguientes, sin que su orden signifique valoración jerárquica alguna:

1° El pago de los impuestos.

Porque con ello se contribuye al bienestar social en la medida en que el Estado, teóricamente al menos, ha de emplear lo recaudado en la mejora y en el establecimiento de los servicios públicos, servicios que son de todos y que van a procurarnos satisfacer aquellas necesidades colectivas, como pueden ser las de la educación, el transporte, las comunicaciones, la sanidad, la cultura, etc. Pero la responsabilidad ciudadana exige, al mismo tiempo, interesarse oír lo que el gobierno hace con esta recaudación, pues haciendo uso de las libertades individuales y colectivas, podemos discrepar del empleo y distribución de la misma, ofreciendo directamente o a través de nuestros representantes, alternativas nuevas, argumentando nuestras propuestas e intentando demostrar que la distribución realizada por el poder no ha sido la correcta. Es penoso, y desde el punto de vista ético, indeseable, observar cómo continuamente se evaden capitales de éste y de otros países y penoso también escuchar cómo muchos ciudadanos se jactan de haber burlado a la Hacienda Pública escamoteando es sus declaraciones de la renta cantidades más o menos importantes, de acuerdo con su posición social y sus ingresos.

2° Rigor y seriedad en el trabajo de los funcionarios.

La figura del funcionario público es algo que todavía está pendiente de rehabilitación en muchos países como el nuestro. Bien es verdad que en los sistemas no democráticos el funcionario público, normalmente ha gozado de una inmunidad frente a los administrados improcedente e insultante, y que ello ha contribuido a que se observen en su trabajo muchas negligencias y abandonos, y a que su imagen ante la sociedad no fuera lo digna que tal ocupación merece. Es, por tanto, responsabilidad de aquellos ciudadanos que son funcionarios, actuar con rigor y con seriedad en su trabajo, pues en última instancia es el pueblo quien, con sus impuestos, remunera la labor que desempeña, y sería atentar contra la colectividad el abandono y la negligencia en su función. Debe, por tanto, el ciudadano responsable denunciar aquellos casos en los que el funcionario público no cumpla con su deber, así como todas aquellas situaciones de privilegio y favoritismo que algunos funcionarios, por su situación y poder, establecen respecto de otros funcionarios o de los administrados.

3° Honestidad en las profesiones liberales.

Médicos, arquitectos, comerciantes, abogados, empresarios, etc., son profesiones liberales cuya importancia y mérito no vamos a discutir aquí, pues es de todos reconocida; pero continuamente la honestidad de su labor se pone en tela de juicio porque algunos representantes de estas profesiones liberales, abusando en ocasiones de la ignorancia y de la incultura de algunos ciudadanos, terminan engañándoles después de haber cobrado por su intervención cantidades abusivas. Sería conveniente y deseable que tales profesionales se interesaran con mayor intensidad y rigor por estas situaciones, y a través de los colegios profesionales o asociaciones pongan coto a tantos desmanes, pues con ello cumplirían con una doble y meritoria labor: por un lado, dignificarían aún más sus profesiones, y por otro, contribuirían a salvaguardar la dignidad, la seguridad y la economía de los ciudadanos que tengan necesidad de solicitar su intervención.

4° La honestidad de los empresarios.

Es una responsabilidad cívica también la honestidad de los empresarios para con sus trabajadores y la respuesta seria del trabajador en su profesión y hacia el empresario, sin que ello implique sumisión y acatamiento servil, sino el planteamiento correcto de aquellas reivindicaciones que se entiendan justas y necesarias. Por eso, es tan importante en las democracias la figura de las centrales sindicales, como mediadoras y garantes de una justicia salarial y de la vigilancia y cumplimiento de los convenios establecidos.

5° El aprovechamiento del tiempo en la juventud que estudia.

Es responsabilidad cívica también de la juventud que estudia el aprovechamiento del tiempo y de las enseñanzas recibidas, pues un elevado porcentaje de estos estudios están sufragados por la sociedad y sería inmoral, en este caso, desatender las obligaciones académicas.

6° Responsabilidad del estamento militar.

Es responsabilidad cívica del estamento militar defender el orden constitucional, sin que veleidades patrioteras, que no patrióticas, influyan para nada en su comportamiento, poniendo en peligro la estabilidad y el orden establecido e imponiendo al pueblo un sistema político no deseado por él.

ÉTICA PROFESIONAL.

Hemos hablado hasta el momento de distintos problemas éticos que rodean al trabajo y, entre ellos, uno muy importante que a todos nos afecta, como es el ejemplo del paro y del desempleo.

Este problema, precisamente, condiciona a su vez toda una ética profesional para los que sí tienen trabajo. Y estos principios éticos han de empezar, forzosamente, por la conciencia de la responsabilidad que mantener un trabajo, en tales condiciones de escasez, supone.

A veces denominada deontología, la ética profesional abarca a todos los ámbitos del trabajo, y se propone una conciencia de responsabilidad en el cumplimiento del mismo. Valores como la honradez, el empeño por mejorar, en lo que respecta a las tareas encomendadas, sin embargo, sólo son posibles cuando las empresas posibilitan un ambiente idóneo para este trabajo. Cuando ello es posible, no están justificadas conductas claramente deshonestas, como el ausentismo laboral continuado, los falsos certificados médicos como justificación, la lentitud excesiva y el desgano, sobre todo cuando estas tareas son de cara al público. La ilusión por el trabajo genera, lógicamente, la creatividad y aumenta progresivamente la eficiencia y los resultados positivos. En el mejor de los casos, es justo que ello se vea recompensado.

En algunas profesiones muy concretas, como sucede en las llamadas “profesiones liberales” además existen normas propias que insisten en algunos aspectos concretos derivados de la índole que cada profesión específica tiene. Así, por ejemplo, la honestidad debida especialmente a los abogados; la dedicación y paciencia de los maestros; el secreto, incluso en algunas profesiones, como es el caso de los sacerdotes, los abogados o los médicos. En la rama de la medicina, concretamente, es muy conocido el famoso juramento del gran médico griego Hipócrates.

fuente: http://html.rincondelvago.com/etica_19.html

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Hola mi Nombre es Yenny soy Estudiante de Administracion de Empresas este es un Blog sobre Etica,Espero les Sea de Ayuda en sus Investigaciones Gracias.

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